Cada vez se hacía mayor la obsesión de morir en primavera, languidecer entre las flores, rasgar la ropa bajo una tormenta súbita que te aborda recorriendo el descampado.
Y es que las ausencias más importantes se cumplieron bajo el oscuro cielo, oliendo a jardín en flor y de repente, sin aviso previo.
Unas para siempre, creo, otras con la seguridad del que no tiene más fe que aquella que una y otra vez revalida sus sentidos, esos mismos que alguna vez existieron y que dejaron de ser, murieron.
Un baile apresurado, un beso embriagado, un deseo que batalla entre unos trajes de domingo, fuera de rango, furtivos, como aquellos tangos que salían desde lo alto, inundándolo todo, achicando lo más grande, aquel sentimiento oprimido tras un primer descalabro,aquel que no dejó cicatriz, sino una herida abierta, en el lugar más grande.