Mi vida últimamente está de lo más extraña. Es cierto que hace años que no juego en las grandes ligas, ya sea por la edad o por lo triste de mi economía, pero me consuela ver que sigo siendo objeto de algo más que una mirada femenina aunque no, con toda la suerte de desearía.
Ayer mismo, para más señas, quedó triturada entre los hierros de su último modelo una de mis dianas. Hacía un par de semanas que aprovechando las ausencias de su marido, Diana One había conversado conmigo en la barra del club mientras me daba a ganar unas suculentas propinas, aunque tengo que reconocer que con ella, fuera de mi trabajo y sin dinero de por medio, hubiese sido tanto o más amable. Hablaba y yo me dejaba explicar. Escuchaba su historia, una de tantas, de esas que abundan y no deberían existir.
Hace un tiempo viví algo semejante, pero corté a tiempo, antes de que aquella mujer a la un día elegí como madre de mis hijos, consiguiera anularme como ser humano. Es cierto que en mi caso no existió ninguna violencia física pero sus palabras me herían de muerte, tal cuchillos afilados. Hoy no tengo nada gracias a ella, perdí todos mis bienes, dejé de tener una vida acomodada, unas hijas a las que amaba y por las que durante un tiempo dejé que la situación continuara. Llegó un día en el que me dí cuenta que mis hijas no merecían estar dentro de la tragedia continua en que se había convertido mi vida. Mis amigos no entendían nada, me reprochaban que lo hubiera dado todo a cambio de nada, no llegando a saber nunca que lo que estaba en juego era algo más grande que todo aquello que había conseguido en la vida, icluídas mis hijas. Estaba hablando de mi vida. ¿De qué les servía yo a ellas muerto? Es que yo estaba herido de muerte. Me fuí con la esperanza de que algún día ellas entenderían y quizá pudiéramos recuperar la vida perdida, aunque hoy por hoy, todo eso no es más que una quimera.
No he logrado reponerme, voy malviviendo, echando horas donde me llaman y con el trabajillo de barman de temporada.
Me fijé en Diana la primera noche que entró al bar. Era una mujer de unos treinta años, largo cabello oscuro y unos ojos claros realmente impactantes. Venía acompañada.
Todas las noches bebían hasta la saciedad y luego marchaba conduciendo el Aston Martin que dejaban aparcado en la zona amarilla de delante del local.
Todas las noches discutían por alguna razón. En ocasiones, ví como ya de salida, recibía un tirón o algún empujón por parte de su pareja.
Pasados unos días empezó a venir sola y me explicaba sus desgracias. Una noche me pidió que la acompañara, yo le dije que no podía salir del local con una clienta, que me jugaba el puesto. Apuntó su dirección en una servilleta y me la dejó en la barra.
Cuando salí de trabajar, me dirigí hasta allí caminando, no era lejos. Justo antes de llegar, vi que ocurría algo, percibía cierto revuelo. Su Aston Martin empotrado y su marido, desde lejos, sonriendo.
Dejé rápido la escena del suceso, no podía ver aquello. Apenas la conocía pero era tan joven… Me fuí al bar de Pedro, a templar los ánimos, que estaban bajo cero.
Le expliqué lo que había pasado y me cuenta que abajo, en el patio trasero, tengo esperando desde hace horas, a Diana Two, la vecina bipolar del sexto.
Esa mujer hace días que me provoca sin pudor y yo no me atrevo a ser directo y decirle que la quiero lejos. Me coge por la cintura y me dice que se tome lo que quiera, que ella hace el resto, y yo huyo del patio, y me pierdo en las calles oscuras y solitarias, donde nadie ve que lloro mientras miro el cielo.