Nunca quedó claro del todo si la Maga nació o se transformó en aquella persona que habitaba su cuerpo. Eran muchos los que la trataban alardeando de su humanidad, una cualidad que no era más que una farsa, de esas que forman parte de la opereta del género humano. Lo que unos veían como un favor a un amigo otros los sentían como una obra social –a modo de Pigmalión con salvaje imaginaria- y los más osados llegaban a reírse en su cara de su –para ellos- falta de cordura. No sé cuál de las razones era más atroz. Tengo claro, que aquella marcada diferencia de plano mirada desde el otro lado, daba lugar a una interpretación diferente.
La Maga estaba por amor y el resto poco importaba. La fuerza de aquel sentimiento era de tal magnitud que consiguió atravesar ultra distancias, soportó risas, desprecios, palabras malintencionadas… Para bien quizá, todo aquello que para los de aquí la faltaba, para ella era una vacuna contra ataques soeces. Al margen de todo aquel clima intelectual que rozaba el esnobismo, la Maga vivía, sentía, era feliz, aunque no tuviese ni el amor de Horacito y Rocamadur la hubiese abandonado. Ella era feliz y el grupo no lo asumía. Quizá su estado la ayudaba a sobrellevar su dolor, o a lo mejor –o lo peor- también era incapaz de diferenciar las ausencias de los fracasos. Una maga envidiada, sin duda, por todos aquellos que creían saber y no pasaban de creerlo, por todos los que deseaban vivir y eran incapaces de descalzarse para pisar el frío suelo de las calles adoquinadas en plena noche…
Una respuesta a EL PRECIO DE LA VIDA DE LA MAGA