El pequeño Rocamadur había abandonado su lugar para adentrarse en otros mundos. Mientras, la Maga conversaba con él ajena a todo movimiento. La Maga vivía en un universo paralelo al resto y era completamente incapaz de ver que su hijo no volvería jamás del lugar a donde se dirigía. A pesar de haber errado tantas veces, de haberle y haberse perjudicado tanto, no asumía aquella pérdida. Ni tan siquiera era capaz de verla como una ausencia pasajera con el fin de mitigar aquel dolor.
Y es que la Maga no era consciente. Nunca lo había sido de nada, ni de su dolor, ni de la realidad común al resto de los mortales. Pese a ello, en ocasiones los deslumbraba con muestras de conocimiento más alto que la mayoría. Esas veces, eran las pocas. En alguna ocasión llegó a darse cuenta que su ritmo no era igual pero de la misma forma, transformaba aquella idea emergida en un momento de lucidez en una teoría iluminada.