Existe un problema social que se repite periódicamente a lo largo de prácticamente toda la geografía, que son las molestias generadas por las fiestas populares -esas que generalmente ocupan para sus actividades espacios públicos, generalmente al aire libre.
Ante la disparidad de opiniones de la vecindad sobre el concepto de festejo, trabajo y descanso, toda autoridad al uso que se precie, actúa de oficio silenciando toda expresión contraria al cotarro.
Se montan conciertos, atracciones, bailes callejeros en calles céntricas, transitadas, sin tener en cuenta el descanso de aquellos que deben salir a trabajar al día siguiente, bien temprano en la mañana o la voluntad de aquel que, tras o ante su jornada, desea un momento de tranquilidad ante un buen libro o adorando ex caja tonta, donde dan su serie favorita.
Pese a existir ordenanzas municipales al respecto, al llegar esas fechas diabólicas parecen quemarse en las llamas del infierno en que se convierte la fiesta, para todos aquellos ajenos o indiferentes a ella.