Pasé todo el fin de semana pensando lo absurda que es la muerte.
No podía evitarlo. Quería pasar página mientras una gloriosa teoría tras otra dilapidaba mis minutos en esta parte del plano, impidiendo el movimiento de hoja.
La teoría del plano es una de ellas. Blanca Frías esta misma semana me confesaba sus miedos sobre este particular, me explicó que una película la traumatizó durante un tiempo tras verla, al punto que su vida, durante una temporada, transcurrió inmersa en el pánico. Yo le hablaba con naturalidad. Solo me daba un poco de coraje este pasotismo intrínseco mío, que aunque para bien propio lo he utilizado como arma de supervivencia masiva en mi plano conocido, digo que me encoraja porque en ocasiones, se me ocurre que podría utilizarlo de forma altruista o cuanto menos constructiva para con el resto de mis congéneres, vamos, como ayuda ajena, esto que algunos denominan don y que yo, vivo con él sin dar ni tan siguiera la importancia que pueda tener.
De lo que hablo es de ver a aquellos que ya no están. Yo, como ignorante total del tema, desaprovecho las señales, como digo, no doy importancia, lo mío es el día a día, la familia, el trabajo y para de contar, no tengo pretensiones y si algún día tuve sueños, hace ya tanto que ni lo recuerdo. No tengo tiempo pero tampoco se me ocurrió nunca analizar estos detalles, leer entre sus líneas, menos todavía profetizar al respecto.
Pero lo de las señales desaprovechadas lo llevo realmente mal, no me importa mi analfabetismo en lo referente a planos o vidas, como dicen los curas, tengo algún conocimiento de la vida no terrenal al nivel que te enseñan en catequesis y de eso hace ya tanto tiempo, que no solo perdí la práctica sino hasta el libro. Pero ahí no acaba, más bien empieza todo, dicen que se trata de un sistema de puertas, para mí más bien, un conjunto de trampas que te cazan cuando menos te lo esperas y te sesgan la vida de cuajo, derramando sangre y lágrimas a raudales.
Un párroco fue el siguiente en abrir en estos días, las caja de mis truenos más escondidos. Como dicen por ahí, nada es casualidad. De nuevo, el ir y el venir era el tema de las palabras que, esta vez llenas de dolor, volaban alrededor de los que ese día visitaban la casa grande, la que dicen es de todos. Caprichosas, entraban y salían
de los oídos de la mayoría de los allí congregados, algunos paraban atención en ellas, otros, tenían tal grado de dolor o de enfado con la vida, que eran incapaces de escuchar más allá de aquello que estaban sintiendo.
El enfado con la vida se apodera de los presentes, las palabras de consuelo o resignación son totalmente fútiles, no hay vida, se ha perdido la esperanza, la fe deja de tener significado, la sinrazón toma el corazón y el sollozo se hace oír.