No era sesenta sino setenta. La prisa por vivir se acabó convirtiendo en costumbre y al final presidía todos los actos de la vida, esa vida que uno empieza a vivir de manera apresurada y que cuando llega el día en que se toma conciencia de ella y de su fragilidad, desea ralentizarla, estirarla, alargarla, pero para ese entonces ya es tarde y es cuando uno se da cuenta de que no abraza, o dice, no hace, no besa, todo lo que desea, uno descubre que para con ese caso ya es tarde y para el propio, seguimos, obstinados, sin darnos cuenta que ya no se recupera, que ya pasó, como las noticias de ayer, como aquello que se sintió, que aunque uno lo recuerde y crea sentirlo, se quedó allí dentro, y por ello nos engaña, pareciendo por ello cerca, aunque en realidad, de manera cruda y certera, es que está infinitamente lejos.
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