Lo que ocurrió aquella tarde en el hospital resultó fuera de todo pronóstico. Nunca había oído hablar de unidades de vigilancia intensiva donde los enfermos en coma se encontraran rodeados de gente conocida.
Por un momento llegué a pensar de que no se trataba de esa unidad sino de una habitación convencional, pero toda aquella gente seria daba que pensar: alguno dejaba caer una lagrimita, como si estuviera ya muerta, otros se decidieron por ponerse en paz y los más osados no se cortaron y abocaron sus miserias sin pensar que podían ser oídos.
La vida en ocasiones puede ser sorprendente, aquellos a los que uno cree sus amigos o cuanto menos sus aliados, resultan ser unos arribistas comediantes sin escrúpulos a los que uno les cae de la patada y que viendo sus dotes para la opereta podría alguno preguntarse que no hacen que se dedican a la farándula y ganan unos buenos cuartos; el marido, ese extraño con el que te acuestas, parece estar afectado por el asunto mientras su familia intenta ponerlo de su lado ente pañitos de lana bajo la inquisidora mirada de los hijos, esos que hace tiempo le perdieron el apego tras cansarse de esperar un gesto de cariño por su parte.
Resulta que los viudos viejos dejan de ser interesantes si no hay contante sonante y brillante, todo el interés de las arpías es cuestión de tiempo, el que es necesario para enterarse de que él sin ella no es nadie, que él vivió vampireando a su presa hasta que le sacó toda la sangre y ella, exhausta pero viva, desde el techo de la sala, se da cuenta que es tarde, aunque siempre es pronto para esto de marcharse.
¡Cuántos llantos a escondidas! ¡Cuántos intentos suicidas! ¡Cuánta muerte en vida o en algo que se parecía!