No es la primera vez que vuelvo al tema de las casualidades y su existencia.
Encontrarme en este plano sutil, de tanto en tanto me provoca alteraciones y durante estos días, parece que el universo se ha alineado para darme un objeto más para pensar en todo aquello que me rodea.
En mi afición por los tryp road, tuve la ocasión de planificar una visita a un paraje de los pirineos de Navarra. Un lugar cargado cuanto menos de leyenda mágica y que, porqué no decirlo, llamaba mucho mi atención.
Quiso la casualidad o la fatalidad de que mi visita coincidiera con las fiestas de la localidad y por ello, quedaron pendientes algunas visitas programadas -no con mucho acierto, a la vista está-
En el momento de mi partida, mientras miraba aquellas montañas por el retrovisor del auto y me juraba -aunque pensaba que quizás fuese en vano- que volvería a aquellas montañas y que pisaría las tierras que no pude pisar.
Pasado más de un año, y ya con la certeza de que no será en breve cuando pueda cumplir mi deseo de volver, una pintora con la que comparto aficiones deportivas, tuvo el detalle con mi humilde persona de regalarme un hermoso cuadro.
Desenvolví con rapidez el paquete y me encontré con un hermoso paisaje de montaña que me resultaba familiar. Se trataba del Pirineo Navarro.
Le dí las gracias una y mil veces, por su atención, por el cuadro, por lo que estaba sintiendo al contemplarlo…
Cuando marchó, recurrí al navegador de turno para mirar su biografía. Ella había nacido allí.
Quizá no vuelva a aquellas montañas, pero de alguna manera, ellas han vuelto a mi.
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