Me siento arropada y agradecida, y a la vez, me siento asfixiada. Y la sensación de sofoco me hace sentir mal doblemente: por el sofoco y por mi ingratitud para con aquellos que me arropan y que yo agradezco, pero no puedo evitar sentirme exhausta, completamente rota y agotada.
Me siento mal por la frialdad de mis maneras ante todo lo que a diario ante mi se desencadena, por la multitudinaria ruina en que ha quedado hipotecada mi angustiosa existencia. Una existencia que es falsa, que no está, que se rompió y no se puede recomponer, el término esperanza en este caso es algo más difícil que una suerte, que la toma de realidad de cualquier utopía.
Me siento como un delicado objeto de cristal de Bohemia irremediablemente roto al que se cuida inútilmente porque en realidad soy como un vaso de Duralex, de esos que resisten los golpes más duros, y que cuando les llega su hora, explotan desintegrándose en millones de nanométricas porciones más que imposibles de volver a unir.

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