Siempre me encuentro en esa doble encrucijada, esa misma que por ambas partes un día creí decidir sacar de mi vida para siempre.
Desbaratar unos sueños para luego darse cuenta que uno con ello ha perdido el sentido de su existencia y no vislumbra más opción que convertirse en miembro del nutrido grupo de cansados de la vida, aún sin tan siquiera conocer el valor de la misma, sin saber que es ella la que lo tiene todo, y que aquel que reniega de ella, no tiene absolutamente nada.
Siempre me pregunté ante la grandeza de cualquier obra arquitectónica, como algo creado por el hombre, es capaz de soportar los embates de su existencia y continuar ahí, indemne al paso del tiempo, incólume a las inclemencias meteorológicas, ileso incluso, de la cólera inusitada y no por ello menos justa de la Gaya…
Y, sin embargo, ese mismo hombre, muchas veces no es capaz de levantarse cuando tiene un embate emocional…
Paradójico ¿no?

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