Seguimos con canciones, con esas melodías que nos hacen felices o que, por lo menos, generan la ilusión de una posible felicidad en un momento de nuestra existencia. Y si, a veces todo es tan simple como una canción y lo que ella genera -y no hablo de royalties suculentos en las cuentas de artistas y representantes- ya saben que para mi Wundt es importante, me resulta práctico y cercano. Que le voy a hacer, además de nacer en el Mediterráneo, hace ya mucho tiempo, soy antigua, casi como él, o quizá como el otro.

Esta canción vino a presagiar los mayores deseos de mi vida y, mientras el tiempo se encargó de diluir los momentos de felicidad a su paso, la canción se convirtió en el mantra amado y repetido para el resto de los tiempos, tiempos que se desean siempre felices pero en los que la felicidad acaba convirtiéndose en un mero recuerdo, en un símil de lo que uno quisiera y ve en el duermevela diario, ese espacio dulce que nos queda cuando ya ni tan siquiera estamos de paso, cuando formamos parte de la espera las fagocitar todo lo vivido, recreándonos en aquello que fue ligero, breve, y no por ello menos importante. Me viene a la cabeza otra canción, esta vez triste, que a la vez y de forma contradictoria y voluntaria, acojo en un rincón de mi recuerdo más frío. Hoy no es día para tí, admirado Orozco, hoy el día empezó con otra canción, aunque con espacios comunes.

Los mal llamados suburbios, los arrabales de ciudad de los siglos de la equis, de esa marca con forma de tacha el destino de muchos de quienes los habitan, escuchan la canción sin entenderla, no comprenden las palabras extrañas ni tampoco la fuerza creciente en sus pulmones que, empoderada, les convida a engullirse el aire con fuerza y seguir soñando con los tiempos mejores que quizá un día por fín, lleguen.