Para una triste reflexión que me han dejado he tenido que esperar a las rebajas. Total, para levantarme el domingo por la mañana con la cara lavada con agua bendita, o lo que es lo mismo, con la almohada mojada de tanto llorar…
Pero en el fondo ha valido la pena. Por unos minutos, sin perder de vista el presente conseguí reconciliarme con una parte del pasado. Todo estaba ocurriendo tras una ventana abierta a mi antigua calle, con mis antiguos vecinos, con aquellos que un día crecí, y donde el día que partí para no volver más, dejé lo más importante de mi.
El tiempo había pasado, mi realidad era la que hay, pero alguno detalles hacían que mi vida tuviese otro sentido.
Marta, con la que solo he cruzado miradas de odio desde hace más de veinte años, había colaborado conmigo en la organización de un mercadillo de rebajas. Volvíamos felices hacia casa, satisfechas de ver como nuestra iniciativa había ayudado a mucha gente del barrio, sobretodo, a aquellos que no pueden permitirse ni tan siquiera, ir a las rebajas de las grandes superficies.
Ya nos despedíamos, cuando me dice que tomemos un café. Yo la miro y le digo que solamente está abierto el bar de su hermano. Marta me dice que espere fuera, que hace buen día. Me quedo en la calle, escondida tras la esquina, y escucho el tintineo de los vasos. Incluso huelo el café. Pero es extraño, el olor y el ruido de los vasos cada vez es más lejano.
De repente, Marta me dice que podemos tomarnos que el café en casa de su hermano, que su cuñada nos invita. Yo me niego. Ella me dice que no le haga el desplante, que estamos en navidad. Yo asiento, y temblorosa, traspaso la puerta de la casa. Es inmensa, el negocio les debe ir muy bien…
Marta sube la escalera y yo me quedo en un salón que hay en la parte principal. Entra él.
Yo deseo que la tierra me trague, busco refugio tras una planta bastante grande que adorna la estancia.
Él me habla, me pregunta por mi vida, yo le digo que estoy bien, que tengo dos hijos, que trabajo allí, que escribo aquí…
Yo le pregunto por su vida, me dice que está bien, que también tiene dos hijos, que uno de ellos está en el Barça esperando una oportunidad…. que está contento viéndonos felices tras el éxito de nuestra iniciativa.
Mientras me habla, pienso que mis hijos pudieron ser los suyos, que los suyos pudieron ser los míos.
Pero sencillamente, la intensidad de aquello que nosotros vivimos no había vida que lo soportase.
El silencio nos invade, nos miramos, estamos uno frente al otro. Nos abrazamos, nos sentimos, no tenemos más palabras. Nos besamos, un beso suave, leve, efímero, repleto de perdón, sin culpa, sin carga sexual, solo con mucho cariño….
Salgo de la casa, mi marido me espera en la calle para volver a casa.
Guardo la entrada en mis documentos y doy por nombre la fecha de hoy, nueve de enero, y me doy cuenta, que es su cumpleaños.
Las lágrimas afloran de nuevo, igual que al despertarme esta mañana. Pero me siento bien, en paz.