Estoy concentrada en mi superhistoria cuando suena el teléfono. Me asusto un poquito, mi móvil no acostumbra a sonar cuando estoy en casa. Solamente me llaman ellos y están todos aquí, a mi vista. No es un número que tenga registrado. Si he de ser sincera, no tengo números en la lista de contactos porque ni tan siquiera se como funciona. Aprendo los números de memoria y listo, como toda la vida. Si es de alguien que no me interesa aprender, tengo la cortesía de apuntarlo en la agenda, nada más. Pienso que debe ser uno de estos comerciales que dedican su jornada laboral básicamente a presentarse e indicar que llaman de cualquier empresa de telefonía.
Me equivoco. Es una amiga del trabajo a la que esta mañana, a la hora del desayuno, he dejado en duda tras ciertos comentarios de índole feminista.
Me cuenta que hoy la he dejado tan asombrada en mi discurso, que necesita preguntarme algunas cosas.
Aprovechando la compañía masculina -y muy machista- he basado mis argumentos de refute en aquellos estudios de Pease, he montado todo un discurso explicando que todo aquellas afirmaciones que les estaba dando, eran producto de años de estudios científicos, basados en la observación y catalogación informática de miles de individuos, que si bien la muestra no podía demostrar nada a nivel general, si que eran respuesta fidedigna en un marco social reducido.
También les comenté que esta misma tarde, tendría que salir a por otro disco duro externo, ya que los innumerables documentos al respecto, habían acabado con toda la memoria libre de mi equipo.
Los mantuve boquiabiertos durante la media hora que duró el desayuno. Boquiabiertos y entretenidos. Ella, que durante la reunión ha compartido todos mis argumentos, me llama para felicitarme, no entiende como esta mañana he conseguido que los compañeros me digan cosas del estilo:
“Tu pose demuestra seguridad”
“Tienes el pelo muy largo”
“No te digo lo que estoy pensando porque eres mayor que yo y no puedo evitar respetarte”
“Estás pletórica”
“Quiero ser como tu”
Querida amiga, me siento bien. El problema ha dejado de perturbarme. Si no fuese por la incompatibilidad hormonal con ellas, dejaría de admirarlos a ellos, aunque no tengan nada más que una cosa, y en este momento, querida amiga, tengo lo que quiero. Y no le digo, aunque lo pienso “aunque no tengo todo lo que deseo”.
Pero bueno, tiempo al tiempo. La arruga no es bella pero la veteranía, acostumbra a sumar un grado. Y si eres mujer, tienes todavía, más ventaja.
Podría dedicarlo, pero… así las neuronas harán un poquito de deporte en la azotea.
Va por vosotras, por ese par de amigas rubias y fuera de todos los tópicos, sobradamente preparadas e inteligentes, por vosotras, porqué además de dominar vuestra vida, tenéis tiempo de dedicármelo a mí, a mi blog y a mi persona, cuando es necesario.
Un abracito para el bloger que no es capaz de dármelo, solo de enviármelo. Y también para él, un mensajito de aliento, que recuerde que los hombres no son menos hombres por compartir con mujeres aquello que les inquieta, que una cosa son los dichos y otra muy distinta los hechos; que las mujeres no siempre queremos joder la vida al sexo opuesto, por feministas, independientes, libertinas o solventes que seamos; que también sabemos lanzar flotadores, aunque pocas veces, por orgullo o convicción, sois capaces de coger; y que estamos ahí, dándonos cuenta de que no es natural que los rostros envejezcan en pocos meses porque sí, que pierdan su brillo; que en lugar de soltar la sopa, prefieran esconder sus “ “ tras conductas fuera de tiempo y lugar. Que observamos, que vemos, que sabemos mejor que nadie lo que es el altruismo, las oenegés y dar y darse sin ánimo de lucro y vosotros, pequeños peterpanes, veis como la vida pasa delante vuestro, cambiando el vestuario para seguir estrenando algo cuando ya se os pasado el momento, sin pensar que la vida, es mucho más que todo eso.