Un sueño, un pensamiento extremo recorre mi cabeza en el día de hoy. Todo ha terminado. Por fin me siento libre aunque sigo aquí, en el mismo lugar de mi historia. Los últimos meses me han hecho retomar aquella novela que dejé hace siete años. Parece poco tiempo pero para mí es toda una vida. Algunos siguen acompañándome en el camino, otros están ausentes o han marchado para siempre. La vida… esta vida que aveces te da momentos de respiro pero que en general es cruel. Recuerdo al maestro, protagonista de gran parte de mi historia, a la que a día de hoy, no sé si le dejaré llegar al fin de sus días con la protagonista o lo condenaré a la soledad hasta el final de sus días.
Fue una historia bonita mientras duró. La protagonista era una niña cuando empezó a admirarlo. Consiguió entrar en su vida y lo que ninguna otra hizo, entrar en su corazón. La diferencia en sus tiempos coincidía con diecisiete años. ¿Y que hace alguien en una situación así? Fueron primero compañeros y amigos, después amantes. Ella se dejó encandilar, pero el tiempo decidió -dichoso tiempo- que él solo era una etapa en su vida. Ella tenía que hacer su vida y su vida no estaba con él. Siguió con él, la situación era arriesgada pero muy cómoda para una casi adolescente. El le ofrecía lo que ninguno en su línea de tiempo podía ofrecerle. Un trato con desdén, caprichoso, por parte de ella; otro trato, desde el cariño, desde la verdad, desde esa verdad y ese valor que solo puede dar a la vida, aquel que ha vivido mucho, aquel que ha conocido el cielo y ha viajado al infierno.
El capricho de una tarde, “dímelo”; la respuesta que aquel que venía de vuelta de todo tuvo que comerse, lo más bonito que a ella un día le dijeron “No me digas que te diga que te quiero, porque eso no puede ser”. Y él acabó negándose a si mismo “Te quiero, te quiero para mi”. Y ella entendió que debía volar, que ya lo tenía todo. Buscó un objetivo, le resultó fácil, el maestro había sido el mejor. Y dejó al maestro. Pero no contó con la valentía de éste, ni con su amor, y su sombra le acompañó siempre. “Te la llevas porque yo no puedo luchar en contra de la vida, pero pobre de ti si no le das lo que ella quiere”. Y ella supo de eso. Y el nuevo compañero supo dosificar, no siguió el consejo, su relación se convirtió en una de cal y otra de arena. Y el otro en el infierno. Y ella sin saber porqué. Y ahora, no sé si por una vez debo hacer retroceder a la protagonista, quizá perdió el derecho a ser feliz. Y sigue pagando ese pecado. Y pese a su vida casi perfecta no tiene paz, vive en el infierno mientras los demás son felices por el hecho de seguir luchando por la vida. Pero ella dejó de luchar. Un día la ancló al mundo su hija pero el paso del tiempo ha hecho que eso pierda importancia. Y ella sigue buscando su autodestrucción. Ella está convencida que no merece la vida, pero no aprendió del maestro el valor, y se hunde en sus propios fluidos. Y cada día el agua la purifica, y la ayuda a seguir aunque sea de manera cobarde, y sin dar un paso adelante para conseguir un momento de felicidad…