Un día decidí retomar la vida, y me costó. Tenía que hacer lo que nadie hace, volver de entre los que no están. Y lo conseguí. Y la verdad no me costó tanto. Y darme cuenta que el esfuerzo no fue tal, tuvo dos resultados: un positivo, que me dio mucha seguridad y otro negativo, que me hizo dejar muy claro que no tenia que esforzarme. A lo de esforzarme también le di doble lectura, una positiva y otra negativa nuevamente: la positiva consistía en que desde ese momento, iba a dejar que la vida no me supusiese estar subida en un carrusel, que de alguna forma, los episodios que la van llenando eran recibidos como algo nuevo que cada día me regala el viaje y que hay que aprovechar; la negativa, conseguiría que todo no me afectara tanto, pero… eso de estar y que no te afecte nada… volvería a lo de siempre (a lo de estar fuera) pero volví a buscar dos lecturas, otra vez en positivo y negativo: lo positivo me ayudó a trabajar en pro de la asertividad aunque aveces en cierto modo resultase un retroceso, ya que comprendí que no era tal, me ayudaba a sentirme bien, sobre todo si conseguía ayudar a los demás; lo negativo me mostró de alguna forma, que tengo mis limitaciones, pero no le hice mucho caso, porque ya había aprendido a aceptarlas, a vivir con ellas, y al estrechar el trato con mis semejantes había descubierto que yo no era única, que todos o una gran parte, habían llegado a sentir igual que yo.
Decidí en esa nueva etapa, dejar de un lado el sentimiento trágico y sembrar semillas de felicidad para todos, y me sentí bien. Y cometí errores e hice cosas mal que hicieron daño, pero nunca más de manera intencionada. Y aprendí a disculparme y a decir lo siento. Y eso, me hizo feliz.