02091962 Una luna gitana marcó tu vida. Tu piel pálida, payo blanco, marcó la diferencia entre tu y tu propia raza para siempre. Nacido en cuna de artistas calés, tu sino cruel te enfrentó a los tuyos, aquella media sangre paya, aquella palidez sobre la cual descansaban tus mechones endrinos… aquel corazón gitano que palpitaba en una piel extraña…
Las nanas gitanas de tu madre y tus hermanas, dieron banda sonora a tu infancia, el gran pasillo de tu casa recorrías en triciclo mientras las amaya cantaban en la cocina al compás del repique de nudillos en la mesa; Camarón y la Marelu, acompañaron tus veladas adolescentes mientras rompías tus sueños ante la primera paya, aquella que en un golpe de viento te quemó y te heló, casi en un mismo momento, aquella que te robó la inocencia regalándote una doble ancla con la vida, a cambio de poco más que la vida propia, aquella que contaminaste de heroína mientras la quebrabas a la par de las lunas de las joyerías de tu barrio. Y ella se ausentaba. Y tu sufrías. Y tu robabas por ella. Y hacía que te engañaba, y tu consentías. Y decía que iba a comprar leche para las niñas, aunque mientras, era un pico lo que se hacía. Y un día desapareció de tu vida, y tu volviste con tu familia. Y tu madre y tus hermanas, ya no te cantaban nanas, ya eran otras las que recorrían el largo pasillo en bicicleta. Y ella no volvió. Y tu te quedaste con ellas. Y empezaron los juicios, y… comenzaron las condenas. Y primero el chocolate, y más tarde, el caballo llegó a tu vida, solo querías perderte, no encontrarte, pero de nuevo ahí estabas, salías, ellas te esperaban, eran tu guía.
Y pasó el tiempo, a golpe de condenas y caídas de vitrina. Y una tarde la encontraste a ella, y sin darte cuenta, le habías contado tu vida. Y ella fue tu amiga. Y el tiempo pasaba y te dabas cuenta que de nuevo amabas. Y la camelabas, y le escribías poesías, y cuentos, y le hacías dibujos, cuando no la tenías a tu lado y la besabas. Y te parecía un milagro su amor, y sentías que no la merecías, pero allí seguías. Y el castigo llegó de nuevo, y ella a tu lado permanecía, y dejaba dinero para los picos, y entonces no salías a romper vitrinas. Y te parecía mentira, que alguien como ella te quisiera, pero no era mentira. Y ella a tu lado volaba, se llenaba de valor, se sentía viva. Y nada le importaba, nada más que la vida en tu compañía. Y un día os separaron, y entonces, entre pico y pico, llegaron las más bellas cartas jamás escritas. Y llegó el día del reencuentro, y ella intuyó que después de la dulce espera, no vendrías, y es que esa tarde te mataron, ya nunca más volverías.
Y desaparecieron los sueños, y ella no volvió a soñar en su vida, solo recordaba los momentos y todo aquello que compartió contigo, y ya no envejecerías junto a ella, ni en gravidez la contemplarías, ni a ella, después de aquella tarde, nada de eso, le importaría.
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