Lo prometido es deuda. No podría dar a ciencia cierta una razón… pero aveces tengo la impresión de que si no equivoqué mi vocación, quizá no la erré pero seguramente las circunstancias propiciaron una desviación, a lo que no me desdigo, sino que acabo afirmando rotundamente y de paso aclaro: Hace muchos años, cuando todavía era una niña, le dije mi tutora: «Quiero ser monja», ella, una teresiana de las duras, de las … ¿cómo podría llamarla? ¿Ascendente de tropa? ¿De formación práctica, sobre la marcha?, bueno, sin titulación docente homologada – diríamos ahora- aunque persona con sobrados conocimientos y con grandes dotes para la enseñanza, y si hilo algo más fino, diría para la formación de personas, independientemente de la ideología o creencia, capaz de lograr el equilibrio sin forzar, sin violentar los sistemas establecidos, incluso encontrándonos en un centro confesionalmente católico. A mi afirmación, ella preguntó que porqué, y yo le dije que quería ayudar a los demás. La religiosa me dijo que para ayudar a los demás no era necesario tomar los hábitos, que uno podía ayudar a los semejantes siendo seglar y que además, ella veía en esa decisión, precipitación y miedo ante la vida por mi parte y que le daba la impresión de que quería utilizar el hábito para esconderme, para protegerme. No se equivocaba. Pero por aquel entonces yo debía haberme llevado algún desengaño y no estaba dispuesta a que nadie volviese a romperme –empezaba a forjarse, aun sin saberlo, la otra Mechas, vamos, Mechas.
Bueno, hoy me estoy explayando y la tangente se ha convertido en mi camino, pues, ¡ala!, Continuo. Tiempo después, no mucho, decidí que estudiaría psicología, ante tal decisión, las monjitas se me pusieron contentas, pero como dice aquel, nunca llueve a gusto de todos, con lo cual, en casa se desencadenó todo un temporal, vamos, que no les gustaba nada, pero bueno… Todo ello para decir más o menos, que tengo especial imán para la comunicación, que puedo alardear abiertamente de esa seducción social – que no sexual- que dicen que los libras poseen, y que gracias a ello, he podido conocer a muchas más personas que muchos, y cuando digo conocer, hablo de sus historias, de sus secretos, de aquellas cosas que quieren contar a alguien, y sin saber porqué acaban utilizando a mis orejas como receptoras de aquello que desean expresar. Algunos de ellos, de perfil variopinto y contradictorio entre ellos, por cierto, llegan a tomar como costumbre visitar el lugar donde me encuentro, y a modo de confesionario, peregrinan ofreciendo sus vivencias, inquietudes y todo aquello que por una u otra razón necesitan airear.
Pepi es uno de ellos. Aun cuando podría catalogarla dentro de aquel grupo de mujeres, «tradicionales», algo la hace se diferencie del resto, características como el no parar en su desarrollo personal y un ir hacia delante, han marcado la diferencia con el resto, aunque sus vaivenes emocionales, como a muchos, no termina de encontrar su lugar, pese a tener, de cara a la galería, una vida totalmente ordenada. Y ahí, tan acostumbrada a vivir ordenada y en su línea, sus movimientos acostumbran a ser comentados, y por aquello de la costumbre del comentario, cuando no pasa nada, se recurre a la moviola, y continúan los comentarios.
A Luci, otra de mis chicas, no le importa la gente, lo que esta diga o piense, aunque llegado el momento, y aunque nadie lo note, porque no molesta, ella siempre está ahí, y aunque por ese perfil camaleónico que posee, que aveces es completamente invisible, y si no fuese por esa vida algo «disipada» que gasta, nadie hablaría de ella, nadie la echaría de menos. Se preocupa de ella, va a la suya, pero nadie puede tacharla de egoísta. Nada pide, nada da, nada espera. Y ahí, la vida continúa sorprendiéndola, a pesar de vivir cada día con la intensidad que algunos viviríamos el último de nuestros días, si supiésemos que en él se acaba todo –y digo algunos, porque muchos de nosotros si conociesen la fecha del desenlace, se echarían a morir un rato antes, con su pena, con su tristeza, mutilando su propia fuerza antes de la hora. Luci, en su empeño constante con la vida, nos ha dejado durante unos meses para probar suerte por el sudoeste asiático y ahí están sus compañeras, mirando el face, esperando noticias suyas, sobretodo sobre sus posibles escarceos, expectantes, curiosas, con ganas de saber, de comprobar habladurías y leyendas, urbanas y no tanto, pero que por guardar sus apariencias impolutas, prefieren continuar viviendo siendo pasto de las dudas.