Curiosa apreciación tras el reportaje, humilde, como es ella, cualidad que la hace grande. El hecho de disculparse tras unas fotos que no eran todo lo buenas que ella hubiese querido, su apesadumbramiento por ello, si nada más que el detalle, de cargar con todo un equipo fotográfico durante una noche de fiesta, no fuese suficientemente elogiable… así es ella, una de…las sirenas. Sirena , buena fotógrafa y mejor persona, podrían ser algunas de sus reseñas.
Resulta difícil de creer que en estos tiempos que corren, uno tenga la dicha de sentarse a la mesa y compartir confidencias, risas, viandas y buen vino, con pececillos y sirenas de tan alta categoría, de verdaderos artistas, que a modo de juglares, transmiten con su actuación en este gran teatro que es el mundo, todo aquello que existe y que pase lo que pase, no debemos dejar perder, permitir que se desvanezca como tantas cosas importantes que están desapareciendo por esa desidia que preside gran parte de la escena.
Una de esas asignaturas pendientes que existen en mi expediente, es aquella de hacer fotos bonitas, bien hechas, y no hablo de enfoques ni de buenos juegos de luz, sino de aquello que convierte a las fotografías en verdaderas obras de arte: encontrar ese punto de luz mágico, ese que nadie percibe en el momento que ocurre pero que un objetivo es capaz de captar y por supuesto de transmitir, de conseguir que aquellos que miran esa fotografía, consigan ver y fascinarse con el detalle, sea del tipo que sea.
Se me viene a la cabeza aquella creencia que alguna tribu de nativos americanos tenía sobre los retratos y la huida del alma de la persona objeto de la cámara, y es porque en esas fotos de las que hablo, y de las que solamente unos poquitos conocen, era una reunión de amigos, porque justamente en ellas, en cada uno de los retratos, se desprendía una luz especial, algo que con palabras sería difícil de describir, pero sin duda, hermoso.
Había mucha complicidad, sin duda, había mucho cariño entre unos y otros, en diferentes direcciones y con distintos matices. Pero como en Fuente Ovejuna, pececillos y sirenas, todos a una, a regalar al amigo, nada más que la sorpresa, el hecho de dejar claro que siempre la vida nos sigue sorprendiendo, aunque uno crea que ya todo está escrito
Sirenas y pececillos que habían dejado a modo de cenicientas su pecera para entrar en el estadio, con el alma al aire, como diría nuestro querido Alejandro Sanz, ese que ha inspirado y descrito tantos sentimientos de nuestras vidas… De unos quizá poco, de otros, la vida entera…
Y había un pececillo -que no era el camarero- que evitaba la cámara con un disimulo maestro, otro artista, sin duda. Y no conseguimos inmortalizar en una imagen aquella mirada vítrea, sonrojada y coronada de unas pestañas, las más rizadas que he visto en mi vida, que se empeñaban en erizarse chinas, tiesas, como escarpias, mientras se abrazaba a la más traviesa de todas las sirenas, al ritmo de un latido que golpeaba su pecho mientras dudaba entre la alegría ante tales agasajos y el desconcierto ante su total inopia. Por un momento llegó a dudar como acostumbro a hacerlo yo, él que es tan de blancos o negros, tal dúplice natural de dudas… Y tan difícil de captar, esa transparencia…
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