Si redifiniéramos aquello que consideramos prohibido, seguramente, haríamos cuentas de que el recorte más importante, no sólo por el momento de alza de uso del término lingüístico que en estos momentos se encuentra, en boca de todos y nunca mejor dicho ésto, en que esa palabra simple, que está ahí seguramente desde el invento de los primeros objetos cortantes, no ha tenido tales cuotas de uso y conocimiento como hasta ahora, no sería el maléfico invento utilizado en contra de todos los derechos (que junto con obligaciones), la gran masa social (esa que normalmente no depende de sus posibles de cuna) ha conseguido en estos últimos, pongamos doscientos años, por decir algo…
Y es que el recorte más importante, vigente desde el principio de los tiempos, es justamente aquel que aplicamos sobre nosotros mismos, fuera de cualquier orden o convencionalismo social establecido.
Cuando hablamos de personas de extremos, de aquellas que todo lo ven y lo sienten sin términos medios, sin equilibrio pero no por ello desequilibrados, aunque algunos se empeñen a describirlo así, descubrimos una persona más rica en matices, aunque resulte contradictorio. La dualidad del blanco o negro, no implica en ningún momento desenfoque, a lo más podríamos llamarlo equidistancia, haciendo esa cualidad, eso sí, una mayor dificultad de adaptación al entorno.
Y es por ello que, acostumbra a vivir mucho más al límite: Podría presentarse como el mayor de los déspotas y acabar convirtiéndose en el más grande de los esclavos, sin importarle más nada que vivir lo que siente, aunque en algunas ocasiones, cuando las circunstancias así lo generen, pueda llegar a lo más hondo del averno, cuando realmente cree, está convencido, de estar habitando el cielo. Para ellos no hay más impedimentos que sus instintos, esos que por momentos los hacen sentirse al máximo, y otras veces, el último eslabón de la cadena de proscritos.
No es el tipo que continuamente se flagela pensando en que no llegó, en que no pudo ser, siendo culpable de ello, no otro que el mismo, con sus autobarreras, con sus autorecortes, con sus miedos, con su forma de vivir que no es más, de manera figurada, que una sesión de cine, donde ni tan siquiera se siente el protagonista de la película.
Y mientras a uno lo llaman inconsciente por vivir, al segundo lo consideran positivamente, como un ejemplo, cuando realmente la diferencia principal radica, en dar por hecho que uno ya escribió la mayor gesta de su vida o, por el contrario, la historia espera a ser escrita.
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