Hay que ver la cantidad de cosas que hacemos en la vida que no nos hacen felices, y lo mismo podríamos decir de todo aquello que hacemos sin sentido, porque es algo que de alguna forma mandan los cánones establecidos, o incluso, porque en un momento determinado, de manera consciente o inconsciente tomamos una decisión que tuvo funestas consecuencias.
La pregunta, porque siempre la hay, podría ser si la rotundidad negativa que alberga el primer párrafo de mi reflexión es única o soy yo la que no soy capaz de discernir en el marco de la vida, algún hecho de carácter provechoso, positivo o como queramos llarmarle.
¿Y si lo que pretendiera es hacer un inciso entre todas aquellas cosas que un día hacemos sin razón aparente o incluso en la desgana o porque nos sentimos en la obligación, pudieran convertirse de repente en responsables de un atisbo de felicidad o tirando largo y soñando un tanto, en clave de una vida feliz?
¿Y si realmente lo que intento dejar claro es que la ansiada felicidad de los mortales no es tanto para aquel que la busca sin tregua como para aquel que como yo no piensa en ella?
Y es que, compañeros de viaje, ¿cuantas veces no tomamos una decisión a regañadientes que luego termina convirtiéndose en la decisión estelar de nuestra vida?
Hoy he podido presenciar como un par de amigos, que casi al azar y algo por compromiso, se habían enredado en una colaboración, a la que habían dicho si por simpatía hacia una persona y que los estaba, en estos últimos días, colmando de una dicha que ni siquiera, habían pensado en compartir un día. Un poco dando palos de ciego, como corrientemente se dice, empezaron a realizar pequeñas tareas a su alcance, y pasado un tiempo, y concretado el tema, se dieron cuenta que estaban tan a gusto en sus tareas, que éstas les llenaban tanto de felicidad su tiempo, que una vez concluidas éstas, se buscaron otras, y así sucesivamente, hasta que sin proponérselo en un principio, habían conseguido algo importante.
Algunos dicen que su participación queda influenciada por esas corrientes solidarias, tan importantes en estos días que corren, otros sin embargo, no piensan más allá en dar todo aquello que les gustaría recibir. Los malejos como yo, ven un número más de estos que te deleita la vida, que duran lo que duran y que no tienen porque recoger, porque ni tan siquiera existe una siembra.
No se puede hablar en esta pequeña reflexión de nadie que exclusivamente se mueva por el interés material, porque llegado el caso, ¿qués satisfacción se llevaría?
En las cosas importantes de la vida, no tienen valor aquellas que son producto del intercambio, siempre recuerdo aquel anuncio con mensaje maestro de una campaña de la Master Card, “Para todo lo demás, MC” Eso no me vale. Y no porque estemos viviendo momentos en que el gasto no se está reduciendo por decreto, sino sencillamente porque no hay nada para gastar. Y en ese afán que pese a todas las contrariedades ambientales, sociales, económicas, o como diablos quieran definirlas, nuestros preciado instinto de superivivencia, nos hace implicarnos en pequeñas metas, no suficientemente grandes como para hacernos sentir bien, comprobar que somos capaces de conseguir algo productivo o positivo, y lo suficientemente pequeño como para no desfallecer, frustrarse o incluso morir en el intento. Esas metas grandes y en su mayoría imposibles de cumplir, no hacen más que ponernos ante una falsa imagen de nosotros mismos, de unos fracasados del tipo: “Me miro al espejo para que no digan que me miro la barriga” o lo que es peor “No puedo mirarme al espejo porque no vería nada, no soy nadie”
Después de un ratito todavía queda sin resolver los dilemas, los enigmas, todo aquello que nuestro paso por la vida nos brinda, y ¿qué sería de nosotros en estos momentos en los que poco a poco nos está desapareciendo todo, si hasta de las dudas dejásemos de ser dueños?
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