Justamente hoy que empieza una nueva vida para mí, creo que la pospondré para mañana. Y la culpa, o, bueno, no voy a llamarlo así, no quiero dar lugar a interpretaciones erróneas, lo llamaré responsabilidad, la tiene una mujer. Si que es verdad que a lo largo de mi dilatada y disipada vida, en múltiples ocasiones han sido ellas las que han marcado mi ritmo, aunque todos saben que importantes, lo que se dice importantes en mi vida, que me hayan marcado en algún sentido, no hay más que una: mi madre.
Pero desde que la otra empezó a entrar en escena todo esto está cambiando y la verdad, aunque intento convencerme de que no significa nada, en el fondo, puedo engañar a cualquiera, menos a mi mismo. No encaja en mis esquemas, pero no puedo pasar sin ella.
Su opinión se ha convertido en algo imprescindible para tomar mis decisiones. De hecho, si tengo que ser del todo sincero, creo que no tomé decisiones en mi vida hasta que la conocí. Bueno, decisiones había tomado, pero la verdad, más bien me había dejado aconsejar, fue ella la que me dijo: “Tienes que decidir” y no por lo que otras mujeres, alguna vez, en algún ultimátum del estilo “o eso o yo”, ¡que va!, ella no estaba incluida en el trato, quizá sea eso, no sé. Desde un día, no sé exactamente cuando,
Aquella mañana nos encontramos en el ascensor, nos dimos los buenos días de manera educada, como si no nos conociéramos. Ella se fue a su oficina, yo a la mía.
Me desconcertaba. La noche anterior habíamos coincidido en una fiesta, ella iba con su pareja, yo, con una de mis amigas. Hubo un momento en que tras pedir una bebida nos quedamos solos charlando, y no de trabajo, sino de la vida, un poco de todo, como si fuésemos grandes amigos. Aquella noche me había parecido más humana, menos máquina, la miré de una forma diferente a la que estaba acostumbrado, quizá fue su escote, no sé, en el trabajo siempre llevaba camisa, su estilo era sobrio, casi masculino, no era blanco de tiro.
Cuando llegué a la oficina, de manera mecánica, cogí el teléfono y marqué su extensión, tardó un poco en contestar el teléfono. “¿Dónde estabas?”, Le pregunté. “ Hablaba por la otra línea. Sabes, aunque no entre en tu lógica. Hay mundo fuera de ti”, me dijo, quedando yo con la respuesta completamente descolocado. Acto seguido, sin saber que contestarle y también para darme algo de tiempo, le dije que viniera a mi oficina en cuanto se desocupara.
Así lo hizo.
La invité a sentarse. No lo hizo. Se puso de pié tras de mi.
Aquella mujer me turbaba. No sé si era su frialdad, su apatía en el trato conmigo. Con sus compañeros de oficina era diferente, yo la veía reír. Tenía una sonrisa desprendida, grande. Empecé a notar su respiración en mi cabeza. Le mostré en lo que estaba trabajando, quería su opinión. Me interesaba su opinión. Se inclinó para acercarse a la pantalla. A la vez, me giré para preguntarle.
Un accidente, en el se vieron involucrados sus labios y los míos. “Perdón”, le dije mientras sentía como un calor sofocante sonrojaba mi tez. Ella no dijo nada. Nos miramos a los ojos. Noté que empezaba a transpirar. Me estaba poniendo nervioso ante su mirada. Me lancé. No pude evitarlo. La besé. La besé y ella correspondió mis besos. Continuamos con los besos y nos abrazamos con fuerza, con tal fuerza que creí romperla. Estábamos de pié y nos reflejábamos en la pantalla del ordenador. Me apoyé en la pared amortiguado en su cuerpo.
Tras un leve pero intenso momento, me dio un beso en la frente y me dijo “Me ha gustado mucho tu trabajo”
Tras aquello, todo continuó como si tal cosa, como si entre nosotros aquella mañana no hubiese ocurrido nada. Es, supongo que por eso, por su total indiferencia, por la que ella se convirtió en el blanco de mis desvelos, en alguien imprescindible, en mis pensamientos…
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