El asunto, como la mayoría de las cosas de la vida era muy simple. Podía resumirse con aquella mítica frase que define el don de la oportunidad “Estar en el sitio justo en el momento adecuado”, y es que ni era el momento, ni el lugar, ni la persona adecuada, estaba desposeído de la llave que abría aquel corazón cerrado a cal y canto. Aunque la sentí y de hecho la sigo sintiendo como “la casa”, sabía que no, que necesitaba dar y darme pero no a cualquiera, que era todo o nada y en ella solamente podía acceder a una parte. Y ahí viene el triple drama: Unos restos de corazón ruinoso que no permiten reparaciones, alguien dispuesto a repararlo de manera gratuita como si se tratase de una obra de caridad de una oenegé, y yo, que no soy hombre de medias tintas, que lo quiero todo o nada. Entonces uno se da cuenta que justamente eso es lo que ocurre, que uno no está preparado para dar, para dar de nuevo, quiero decir y descubres que estas generalizando y que realmente queremos transmitir pero no acertamos de lleno con el sentimiento. Yy la vida se mueve con ello, como acostumbro en mis terranalidades, no suelo mezclar lo humano con lo divino, gran error, el ser humano es divino, ya que ahora mismo la cualidad de divino no es más que esa extraterranalidad de tiene el hombre.
Poco a poco, todo va redimensionándose y una nueva primavera se presenta ante mi. Todo un regalo de la vida, que a pesar de los dolorosos asuntos pendientes, me fuerza para seguir adelante, y poco a poco, con paso lento pero seguro, voy recuperando todo aquello que durante tanto tiempo me fue arrebatado, y empiezo a reconstruir una nueva vida, mi vida.
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