Y estoy parada aquí, en esta portería de barrio, a dos niveles, convertida en cárcel-un día fue balconada- para combatir los atracos. Y espero el ascensor, también reciclado, en color verde -haciendo juego con mis pendientes- silencioso, de caja metálica y suelo de granito, a prueba de acero, fuerte y compacto, acostumbra a dar viajes de continuo al cielo.
En un momento, están ahí los dos, aquellos que antaño me acompañaban al portal y se despedían allí, sin entrar, justo en el límite del mundo y mi feudo. Un cálido beso en la mejilla adornaba el momento, uno, esperando más; el otro, como recompensa cómplice y cariñosa, a modo de broche final al último cielo, ese que esa tarde, la de marras o cualquiera, tocábamos en la ermita o en la playa junto al Delta.
Y no hay nadie, en realidad, como tampoco todo esto forma parte ya de este presente, real, organizado yl falto de juego, ese que te ganas a pulso durante unos años y que tras el trabajo, tienes suerte sino acaba convirtiéndose en un infierno. Y no está ninguno ahora: al uno me costó echarlo, al otro me lo sacaron del lado; uno fue el amigo incondicional, sincero y eternamente enamorado, ese que durante años, y mientras dura su silencio, mantienes a tu lado; el otro, fue aquel que una vez y para siempre, robó mi voluntad, se hizo dueño absoluto de mis sentidos y de todo aquel valor rebelde que un día hice gala en el camino y que tras su desaparición quedome tullido.
No fue una ausencia más, una de esas que aunque dolorosas acaban siendo llevaderas.
Fue la AUSENCIA, con letras grandes, marcando la distancia entre lo que pudo ser y no fue mi vida, tal como imaginábamos en nuestro ocaso, mientras paseábamos en el parque cada día. Y esa visión rápida sobre el futuro me daba la vida, llena de dulzura y no falta de de complicaciones: Eran muchos los motivos que nos separaban pero por cada uno había mil que nos unían.
Y todo se acabó ahí, en esa portería, en un “hasta mañana” que no llegó nunca, sin sentido, de la misma forma que se tornó mi vida, a merced del tiempo, pero plantando cara, sin dejar que nadie ocupe aquel lugar, y aunque haya cosas importantes, nada a esto sobrepasará.
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