Ante un mundo terminado de antemano, no había opción para acabarlo de nuevo. Todo estaba -ya todo, absolutamente todo-, lo estaba hacía mucho tiempo. Casi desde el principio de los tiempos, cuando todavía él era él y yo era yo, cuando en ningún momento se había ni tan siquiera pensado en la palabra “nosotros”, que incluso la posibilidad de soñarla, había quedado reducida a cero. Pero no por ello decidí buscar otras vías. Y es que una vez pasado el susto, he vuelto a lo mío, a ese empeño que tengo de no acostarme sin aprender algo nuevo y ahí voy, a reinventarme de nuevo, a seguir luchando por el control de mi misma, ese que me ayuda a marcarle el pulso a esa vida que quiere apoderarse de “mi vida”. Si no lo he permitido nunca, no será ahora, no bajaré la guardia, como siempre trabajaré para preservar el orden establecido, dentro, claro está, de esta anarquía que me acompaña desde la cuna, esa que me ha dado tantos enojos como alegrías, y pasada la euforia de un primer momento, continuaré trabajando para equilibrar ese color gris, completamente equilibrado entre el blanco y el negro, con el que un día, hace ya tiempo, decidí pintar mi vida.
Y bueno, tras el cambio de ayer, yo sigo, como siempre, en mi peculiar movimiento de estabilización permanente.