Días enteros de trabajo han sido necesarios para escribir algunas de las dedicatorias personalizadas de «Un relato para Oscar» de mi querida Lamari.
En alguna de ellas, la confección ha sido más laboriosa que incluso, alguno de sus capítulos.
Ante la ausencia de práctica –es la primera vez que ella se encuentra en una situación de esta guisa- decidió pedir ayuda a su amigo Rober, que tiene más experiencia en esto de las presentaciones y dedicatorias. Él le dijo: «Con afecto, Lamari, «con afecto y firma»».
Y al principio lo tuvo claro. Claro, mientras vendió ejemplares a desconocidos o personas con las que no tiene cercanía. Y es que, la cosa de puso color castaño oscuro, rozando el negro, cuando endosó el libro a sus… digamos, más próximos.
La más trabajada fue sin duda la que hizo a mi hermano Jorge, lo tenía todo tan claro… y a la hora de la verdad, todo se había vuelto tan confuso…
En su cabeza todo ello habitaba cómodamente, sin interacciones que afecten su integridad, su pureza era total.
Escribir una dedicatoria delante del interesado es exactamente igual hablar con alguien y por lo tanto, para nosotros, denota la misma dificultad, esa incapacidad de expresar aquello que sentimos ante alguien.
He ahí una de las razones por las que escribir nos apasiona, ambas somos incapaces de expresar a viva voz todo aquello que vive dentro de nosotras, somos incapaces de exteriorizar cualquier ápice de sentimentalismo. Somos chicas duras.
Con Jorge la preparación ha durado un par de semanas y pese a tenerlo claro, si la puesta en escena no ha sido un rotundo fracaso ha sido única y exclusivamente por el aura simétrica que los envuelve, con esa vida paralela a sus espaldas que les da una complicidad sana y exquisita, a la altura de cualquier historia de realismo mágico, como esas que aveces él vive y ella sin saberlo, cuenta.
muy sincera la reflexion aunque podria explicitar mas la posible razon y que coincide con diferentes profesiones del digamos arte
muy bueno igual