No queríamos hacer cábalas sobre la perennidad de su sonrisa pero era inevitable. Algunos en especial, deseaban que aquel rostro de mirada cristalina no perdiera el aura querubinizada, de aspecto rendido, que contradictoriamente, pareciera haber escondido tras la lánguida apariencia al hombre que llevaba dentro.
Alguno quería pensar que en el momento oportuno, saldría a la arena es gladiador que llevaba dentro.
Todos vimos como esta misma mañana tomaban un café mientras intercambiaban miradas cómplices. Algunos apreciaron un leve roce de manos en la despedida. Un “no te vayas” que se hace soportable por la certeza de que aquella distancia es fugaz, casi inapercibida, amenizada por las horas de trabajo que son testigos de la sublimidad de la espera.
Ella se va. Camina por la calle con la mirada puesta en ninguna parte, poco menos que perdida. Está a punto de entrar al supermercado, cuando un coche que justo se para a su lado, capta su atención. Se trata de un Audi gris plomo, a juego con el cielo, por cierto. La ventanilla del lado derecho desciende de manera elegante, y tras ella, un hombre de facciones perfectas y mirada azul, se dirige a ella. Es extranjero, acaba de llegar a la ciudad, le solicita, amable, información sobre aposento. Ella empieza a darle explicaciones, mas se lo piensa y súbito abre el coche y se sienta dentro.
No hay palabras, solo algún gesto. Lo lleva a su casa, hasta su cama, por cierto.
Alguna de las que hace cábalas recibe una llamada, el mensaje es corto y certero: “No puedo ir a trabajar, me he liado con… no me acuerdo. Tengo sueño”
La compañera, perpleja, no da crédito. Avisa a sus colegas y les explica el cuento. La vista del grupo se desvía unísona hacia donde se encuentra el polluelo, no saben si decirle, o como siempre, taparle el juego…