Estoy en ello de nuevo. He vuelto a fotografiar mientras conduzco. Aunque lo mejor del día no ha podido quedar reflejado como prueba fidedigna de la hazaña. La circulación pese a ser domingo, era espesa, aunque fluía. Yo estaba en mis cosas, como siempre, a la vez que conducía a mi querido amigo el coreano. De repente, un deportivo rojo pasó por mi derecha a tal velocidad, que ni los chicos pudieron comprobar el anagrama en su carcasa. Presta me puse a la caza, para salir de la duda. Los chicos, asustados por la velocidad, yo también en vilo, por si algún radar era testigo de la hazaña dominguera. A por él me fui a toda leche, como si uno de esos condujera. Después de unos minutos de zigzagueo entre turismos tranquilos, que transitan placenteros en adecuada velocidad de crucero, consigo alcanzarlo, y puesta ya en faena, decido, con mi coreano pagado en pesetas, pisarle hondo y adelantar al deportivo rojo. Aviso a los chicos que estén atentos, que miren la marca, que no todos los días en la calle se ve un coche de esos. Y ellos atentos al dato. Me dicen que acabo de adelantar a un caballo. Yo perpleja pregunto que qué es eso. Me aclaran que un Ferrari y añaden que el conductor se ríe de nuestro atrevimiento. Casi que giro el coche en plena arteria viaria y reto al viejo, a que con todo su pedazo de carro, tenga de aquello lo suficiente para ser más rápido en circuito abierto y cumpliendo las leyes de tráfico, a ser el primero en tiempo en un mismo espacio.

Mas me lo pienso, que ya estoy muy grande, y no necesito demostrar a nadie, hasta donde llego.

Y vuelvo de nuevo a mis pensamientos absortos mientras conduzco, haciendo imágenes mentales, a modo de foto, que inmortaliza el momento, ese que nadie conoce, si yo no voy, y lo cuento.