No quería verlo otra vez. Intentaba reducir nuestros encuentros. No quería experimentar de nuevo aquella sensación en mi pecho que solamente su presencia conseguía. No quería, no podía ser, no estaba bien, ya todo había terminado y debía continuar así. Y ahora más que nunca.
Ahora yo había retomado las riendas de mi vida y no podía volver a permitirme alteraciones de ningún tipo. Fuese el que fuese el precio a pagar, mi tranquilidad lo valía. La serenidad de mi alma era algo difícil de conseguir. Tenía un precio, el que yo le ponía. Mi libertad tenía un precio, pero no precisamente expresable en dinero. Mi libertad no tenía más moneda de cambio que ella misma.

mis acciones tenían un precio incalculable…
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