Caminábamos rápido por la cuesta de la calle Segovia. Habíamos recibido un guasap de Jeremías convocando a toda la peña en el puente de Bailen para hacer un concurso de saltos al vacío. Tratándose de él podíamos esperarnos cualquier cosa. Estaba loco.
Algunos decían que era la adolescencia lo que lo había vuelto así. Otros decían que todo lo que le pasaba era a causa de la separación de sus padres, que no lo había superado. Pero la cosa no iba por ahí. Yo me di cuenta cuando todos los chicos nos fuimos la primera vez de camping. No hacía falta ser psicólogo para ver que algo fallaba dentro de su cabeza. Si, sus padres se habían separado y su madre se había convertido en el mayor pendón desorejado de todos los bares y pubs de la villa, se había tirado a todo lo que se meneaba entre dieciocho y cuarenta en la noche de la capital del reino, pero Jeremías tenía una hermana y un hermano, solo un par de años más chicos y nunca habían protagonizado ningún espectáculo, muy al contrario, eran de modales exquisitos.
Desde bien pequeño era el más revoltoso. Si que es verdad que no buscaba pelea de manera totalmente gratuita pero bastaba cualquier excusa para ponerlo gallito.
Era como si tuviese la necesidad de dar la nota siempre, a todas horas. Recuerdo que en los partidos de fútbol no soportaba perder, empezaba a patalear y a revolcarse sin importarle dañar la ropa o a cualquier persona que se le acercase, era terrible…
Y lo peor de todo eso es que sus padres no hacían nada con el espectáculo, como mucho un “ya verás cuando lleguemos a casa” que se difuminaba en el camino de vuelta hasta desaparecer por completo en el recuerdo. En la escuela, su conducta iba enfocada para convertirse en objeto de atención y ningún maestro notó nunca -y si lo notó pasó olímpicamente de una u otra forma- que ese chaval necesitaba asistencia. A mi siempre me pareció que los maestros querían que acabase pronto y se fuera de la escuela. Seguro que fue así. Cuando cumplió los dieciséis lo pusieron de patitas en la calle, no le propusieron que repitiese, directamente lo mandaron para los pecupé y se lo quitaron de encima.
Era el único que no siguió en el instituto, lo buenos pasaron a bachillerato y los otros a un ciclo. Cuando llegó el verano y decidimos ir de camping le dijimos que se viniera con nosotros. Jeremías era uno de los nuestros. Seguramente que en el fondo pensábamos que podíamos recuperarlo… es lo que tiene esta edad, que uno se cree capaz de todo, que no le puede pasar nada. A los dos días tuvimos que volvernos. Una noche empezó a jugar con las brasas de las hamburguesas que hacíamos para cenar y las pavesas incendiaron algunas tiendas de campaña. Tuvimos que volver rápido a casa por su culpa y curioso pero, él fue el único que no recibió reprimenda de sus viejos al conocer la hazaña, más bien nos dio a entender que se habían reído mucho con la proeza del colega.
Quizá por todo esto, aunque no todos -por no decir ninguno- lo reconocíamos a viva voz, prestábamos especial atención a sus movimientos.
A ver el guasap todos sin excepción, nos fuimos hacia el puente para ver que heroicidad se le había ocurrido esta vez. Manu y yo íbamos más que rápido por la calle arriba. Al irnos acercando al puente, vimos que se concentraba más gente de lo habitual a aquellas horas en aquella zona y aquella zona del año. Nos dio mal rollo. Empezamos a correr.
Jeremías estaba allí, en suelo bajo el puente de Bailen. Una cuerda pendía de lo alto con medias piernas humanas atadas por los tobillos en el extremo. Eran las piernas de Jeremías, cuyo cuerpo mutilado se desangraba inmóvil en el asfalto caliente. Todos mirábamos haciendo círculo en torno a él. Al poquito llegó la ambulancia, no tuvo más tarea que taparlo con un plástico a la espera del juez.
Media hora más tarde llegó el juez a levantar el cadáver. No pudo realizarse. El juez era su padre.
Que duro el relato…Imaginarse las visión de la cuerda y unos trozos de pierna es muy impactante… Aunque mas debe serlo verlo en realidad…
Bueno, al final uno acaba acostumbrándose…
siniestro, pero como dices uno se acostumbra a las imagenes y a las historias