Dígale a los policías que no busquen más en células terroristas. Explíquele por favor, que es algo personal, muy personal.
Llámelo si lo desea locura, califíquelo como la obra de un enfermo, es lo que acostumbran a hacer últimamente: enfermar la maldad para esconderla, como todo; maquillar para que parezca perfecto; meter la basura bajo la alfombra.
Fue en esto último en lo que me fijé. Lo había comprobado en las maderas del suelo de casa: cuando acumulaban tierra y arena debajo acababan saltando y dejando su lugar.
Es ahí, en los fondos del edificio si es que algún día consiguen leer ésto y llegar allí, donde quedaron todas las cargas preparadas. Solo hubo que hacer un pequeño click – mi último click-
Desde que empezó la seguridad exhaustiva en los aeropuertos, bueno, yo más que exhaustiva diría ridícula, -todavía recuerdo a aquella chica a la que dejaron sin lentillas porque el líquido era sospechoso- me di cuenta que esto ocurría sobretodo en los transportes, observé que, en las grandes aglomeraciones de los centros comerciales la seguridad se centraba en los hurtos. Eso me inspiró.
Ahí justamente tuve mi primer reparo, no quería más víctimas, no quería ser uno de ellos.
Por esta razón el objetivo fue aquel: Clientes masculinos. Un dólar.
Decidí que sería su último dólar.
Si quieren buscar culpables háganlo dentro de ese sistema que nos maneja.
Yo ya hice mi particular revolución. La última.