En una ocasión me permití tener cuatro palabras a cuenta de la construcción de la línea de AVE. Eran otros tiempos. Era una época donde toda mi vida quedaba canalizada en un mismo sentido. Intentaba hacer una sola vida para siete gatos. Y eso, no es posible. Al darme cuenta de esto entendí que debía separar los conceptos si quería continuar con aquello tan importante que supone llevar a cabo una existencia plena. Ya sé que la plenitud, como todo en la vida, es relativo. Lo que no tengo muy claro es si eso de ser relativo, lo es en sí mismo también.
Si he hecho alusión al tema del AVE es porque en estos días, ese antiguo post ha recibido muchas visitas y es extraño porque, en estos momentos no se está aireando ningún tema al respecto. Aunque bueno, entre nosotros, aquellos que afines a la ley de la atracción, seguramente encontrarían la relación con algo que les voy a explicar: La verdad es que últimamente he pasado en más de una ocasión por algunos de los trayectos del tren de alta velocidad, y curiosamente, con historias de trazado también controvertidas, aunque no todas por los mismos motivos que aquellos de los que hablé en aquella ocasión. Todo ello me ha dado que pensar bastante, y una de las ideas que me traía más abrumada era una campaña cuyo eslogan quedó por tiempo memorizado: «El trabajo mal hecho no tiene futuro. El trabajo bien hecho no tiene fronteras»
Es aquí donde dejo de hablar de esas casualidades relativas y me centro en ese cambio de registro en lo que escribo, que a fin de cuentas no es más, aunque eso sí, relativamente, un reflejo de lo que es mi vida.
Aquel texto, pese a ser una denuncia social en toda regla, un clamor vecinal, estaba escrito con el corazón, dando fe en cada frase del amor que se le tiene a la tierra que uno habita y de cómo la arbitrariedad con la que se trata a ésta, nos afecta a todos aquellos que la amamos, como si de algo más nuestro se tratase. En esta reflexión que hace días me ronda y que me ha hecho aparcar a mi kamikaze rompe casas y causante de caos también relativo, durante unos días. Ella puede esperar.
Hubo un tiempo en el que lo más canalla que era capaz de hacer era escribir un texto de tinte subversivo pero, a pesar del tono crítico, una marca sentimental acostumbraba a acompañar mis palabras. Y era extraño porque por ese entonces, no podía hablar de más corazón que aquel que en el lado izquierdo de mi tórax se empeñaba en seguir latiendo.
No significaba nada más. Es por ello que un día decidí hacer escritura lo que desde hace años se convirtió en mi modus vivendi, aquella famosa repartición en tres partes que un día hice de mi triste persona, y a partir de ahí, todo empezó a fluir. Empezaba, queriendo o sin querer, a ser acorde con todo aquello que realmente predicaba y actuaba – no podía, de hecho todavía no puedo decir «sentía»- porque de alguna forma sigo sin sentir, continúo con una especie de minusvalía afectiva que me impide darme de una manera consecuente, razón por la cual para sacar de mí esa faceta humana que debo guardar en algún sitio, decido reflejar en esas vidas ajenas protagonizadas por mis personajes. No hay más.
Y en lo que respecta a lo del AVE, pues seguramente en mi otro sitio, hoy o mañana, seguiré contando cosas, esta vez, sin corazón alguno. Y a lo mejor recurro al eslogan de marras.