Se trataba de utilizar el corazón y hasta ahora, en ningún momento de una exitosa y plena existencia, se había utilizado tal mecanismo para otra cosa que no fuese el habitual bombeo en las tareas de riego sanguíneo.
Quizás por ello esa copiosa necesidad de continuar una búsqueda sin rumbo que no va a ninguna parte y que, lejos de desesperar, en esa atmósfera ajena en la que se desarrolla todos estos episodios, se recrea en su conducta, en sus conocimientos, en toda la experiencia adquirida; Todos esos logros que poco a poco al principio y con velocidad vertiginosa pasados los primeros estadíos, consiguen separar al cuerpo del ecosistema donde se encuentra, perdiendo del todo el norte en esa brújula vital que dirige toda vida ordenada.
Nadie queda exento de experiencia, sería algo tan bárbaro, tan arbitrario, como el hecho de negar la propia vida.
La búsqueda hacia ninguna parte desgasta ese cuerpo que mal que pese a alguno, es el nexo de unión entre lo humano, y lo otro – lo divino, lo etéreo, que sé yo…-
Y en todo ello se fuga el disfrute de aquello que nos rodea y que debido esa enfermiza obsesión, se da como válido hasta el momento en que por fin, en una de las repeticiones del ciclo, nuevamente, haciendo propio cualquier principio ancestral que presentamos como nuestro o del gurú de turno, se descubre un nuevo enfoque para la salvación, siendo esto poco más que un ceremonial de los de toda la vida, o sea que no hay descubrimiento ni nueva aplicación, sino una repetición de cualquier muestra de la historia de la existencia humana. Se vuelve a lo más simple, no se descubre nada nuevo.
El corazón funciona desde siempre.