Tal como imaginó ya hace bastante tiempo, no fue más que una pieza a modo de comodín barajístico. Si es cierto que de nada valieron sus negativas ante las tan ofendidas como falsas palabras, o eso siempre le pareció.
Aunque como todo lo que acontece en este gran espectáculo que es la vida, acaba más pronto que tarde por demostrarse.
Al principio, como la propia historia de la creación, todo era confusión. Una cadena de acontecimientos daba lugar de forma tan rápida, que era imposible de procesar por cualquier seso humano. La clave de todo ello está en el juego de la ambigüedad y la destreza que se tenga con éste.
Hasta ahí bien, no pasa nada. Y no pasa, pasó o pasará porque tanto para uno como para el otro, su auténtico disfrute era idéntico, era su marca de fábrica, era ese fantaseo, ese flirteo constante con la vida, que en ocasiones se vuelve peligroso.
Entretanto, algunos que se toman el teatro más en serio, o menos, según se mire, se lanzan a la yugular del ambiguo de turno, jugando también, por ello la duda ante el grado de seriedad del asunto. Sin anestesia, ni tan siquiera de esa que se aplica de manera superficial, aplican el cepillo a toda potencia, sin tan siquiera importarle la sangre salpicada que profana las almas puras.
Otros por el contrario, preparan sangría a parte, en silencio, en el escondite más hondo del último rincón de su morada, y mientras ante el mundo se presentan como la indefensa ultrajada, va urdiendo la matanza, y durante el periodo, aprovecha para desvalijar sutilmente lo poco que queda de aquello que fue y que es consciente de su inexistencia, hecho que la aboca a una violencia salvaje y sin sentido, de forma desacertada o no, cebándose en el sujeto que no hace más que callar y que ella confunde su mutismo con el reflejo de la culpa, cuando en realidad no es una treta, sino una conducta. A punto está de conseguirlo, un giro inesperado pone el lugar en su sitio, y como otro castigo, pone sin querer y seguro sin saber, en bandeja más que de plata, de oro puro, el auténtico peligro que la acecha, ese que lejos de urdir en las profundidades, va directo y sin tener mira en el polvo levantado en el camino.
Dos actuaciones equidistantes que mantienen o mantuvieron una parte del destino compartida, común, entrelaza de manera equivocada aunque sin reconocer error alguno, mientras los reyes de la ambigüedad, se dejan llevar, unos por el corazón, otros por la cabeza, aunque siempre en la comodidad de un regazo que al final del día los sostenga.