En los días posteriores al asedio uno llega ha encontrarse tan inestable que el cambio del entusiasmo a la angustia puede darse en cuestión en segundos: Uno de repente se encuentra bien, y aunque prudente, retoma con normalidad -una normalidad, digamos… ligth– su cotidianidad. Cual no es su desdicha cuando tras una charla, la siesta o la mera vuelta del trabajo, descubre que nuevamente se ha convertido en el guiñapo de hace de él el dolor.
Ah…. el trabajo. Ese trabajo que a parte de vulgares compensaciones económicas nos dignifica y nos hace sentir mejor…
Esos superiores tan bien colocados ahí, muchas veces por el consenso ciudadano, esos mismos que hacen poco, mal y desacertado y osan recibir al maltrecho individuo -exactamente ese al que hace unos días el médico de familia imprimió una baja laboral estimada para tres semanas y que acto seguido rompió a petición del susodicho -pues no puede permitirse una merma estimada del veinticinco por ciento del salario-, y que viendo su total incapacidad para desarrollar sus tareas, decidió consumir días de sus vacaciones para cuanto menos recuperarse un poco. A la vuelta, todavía abatido por el dolor y el medicamento, el superior de turno se dirige a él con algo parecido a un “Cuídate que la cosa no está para…” y se va, nuevamente, como lo del otro día, tan pancho.
A día siguiente, de nuevo cita con el doctor, que consciente de la falta de medios por ambas partes, le reprocha la vuelta al trabajo y le aconseja un tratamiento para su más rápida mejora, remedio que, ni puede redireccionar pues no se contempla en la sanidad pública, ni la ya víctima -llamemos a las cosas por su nombre- puede hacerse cargo económicamente, y bueno, esta vez por lo menos, parece, por la cara que pone el sanitario es de implicación, se le nota empático, sinceramente preocupado e impotente ante estas situaciones que desgraciadamente, cada vez son más comunes.
Suerte aquellos que dan su apoyo con cuanto menos una humilde llamada mostrando interés, hacen mucho bien, aunque bueno, como dice Fali Moreno “La procesión va por dentro”.
a dónde te puedo llamar?
besos querida y un abrazo cargado de energía
Gracias Carlos por tu llamada. Tienes unos abrazos ultraoceánicos muy efectivos. Me encontraba mejor, y de repente, me siento divina.
Un abrazo
Es que Carlos tiene ancha espalda para abrazar como mandan los cánones, yo un achuchoncito de enclenque. 🙂
Querido Dess, cuando una está así, pasa igual que con el tema de los cánones de la espalda ancha, que uno lo agradece todo… y no lo olvida nunca.
Y sobre eso… lo mismo un día explico algo.
Un achuchón… en toda regla.