No hay duda que la vida desde su comienzo no es más que una huida fulminante hacia la muerte, claro está que para muchos de nosotros se convierte en un viaje zigzageante con precisión personificada. Lo mismo que se relaciona la vida con una huida continua, siempre dí por sentado que todo este movimiento a velocidad vertiginosa, tenía La verdad es que siempre vi una similitud entre las ciudades fronterizas y con puerto, vivir en un lugar de esas características, independientemente de ser la gran Barcelona o cualquier pueblo perdido entre dos tierras tenía algo común, aunque pudiera parecer disparatado. Había una extraña semejanza entre las gentes que poblaban dichas zonas. Años atrás había pensado que todo era fruto del desarraigo que producen los flujos demográficos, después acabé dándome cuenta que no era solamente un tema social o estadístico.
La similitud radicaba en vivir al límite, ya fuera una frontera o la línea de la costa, eso era lo que marcaba el proceder de sus habitantes, o por lo menos eso era lo que yo creía. Siempre sentí especial admiración por todos aquellos que conocían otras tierras, que venían de lejos, que eran, como decía mi padre, gente viajada. Aquí no entendíamos de eso y yo no quería ser igual que el resto, cualquier extranjero que se cruzaba en mi camino acababa llamando mi atención: deseaba escuchar historias de otras gentes hasta que un día, entendí que la gente era siempre la misma, fuera de donde fuera. Un día, durante un partido de fútbol escuché a una mujer que arremetía duramente contra el equipo adversario, decía que eran de río y que por eso jugaban y se comportaban así. Yo no entendía nada. Esta mujer también venía del sur, pero de la parte norte, de la que no tenía río y tampoco tenía mar. Entonces empecé a entender algo. Empecé a comprender algunas cosas, entre ellas que una parte de la humanidad de la pasaba criticando, envidiando, admirando, amando, odiando, a la otra parte. No era cuestión de sexos, ni de edad ni religión ni de posición, era solamente que todo aquel que no estaba contento con su vida se dedicaba a fastidiar la de los demás, aunque eso fuese más complicado que intentar arreglar la suya. Y muchas veces no eran trabas o insultos, otras veces se llegaba tan lejos en la tarea de destruir al otro que hacían desaparecer hasta a las personas. Pero eso es mucho más complicado, ya no era un puro acto de aniquilamiento sino todo un muestrario de cobardía, como cuando se empezó a ir su vida al carajo y ella tapaba sus encuentros sexuales con constantes visitas a la biblioteca. Otros iban al mercado sin dinero y volvían con un carrito repleto de viandas pero de esas nadie hablaba.
La línea seguía existiendo, insalvable para unos, insignificante para otros pero siempre invisible.
En una de las salidas a la biblioteca, creo recordar que a una situada muy cerca del puerto, las chicas –las mismas de la otra vez- notaron que había un tránsito inusual de marineros italianos. Estaban tomando un café en las Ramblas mientras contemplaban el movimiento de los marinos: subían y bajaban, unos las ramblas, otros los meublés, y algunos llegaban hasta la Plaza Cataluña, donde entonces se encontraba el Casino Militar, justo al lado de El Corte Inglés –no se puede dejar de hacer mención a este edificio emblemático para la ciudad y porque no reconocerlo, para mi vida también, que se vio condenado a la desaparición, victima de la avaricia y porqué no, si de sincerarse se trata, de ese newpuritanismo en el que se amparó la destrucción de gran parte de la ciudad mediterránea, con esas olimpiadas que llegaron en momentos como los actuales, convulsos y con poco futuro, momentos en los que la depresión era tal que nadie fue capaz de ver, y si fue capaz de ver, o le faltó valor o fuerza para luchar contra ello.-.
Tengo que reconocer que este pataleo tan lejano en el tiempo y que llevaba albergando dentro otro tanto igual, ha dejado un espacio dentro de mi que he aprovechado rauda para rellenar con una buena bocanada de aire fresco, de esas que solamente aparecen tras una buena faena, o porque no decirlo también, tras las malas.
Entraron a El Corte Inglés y Mezzo compró el libro de Richard Bach “Juan Salvador Gaviota”. A la salida, todas sin excepción se deleitaron con el ambiente urbanita y cosmopolita que se respiraba en la calle, y es que en aquellos años, en Barcelona, ya se respiraba la globalización, quizá por ello siempre se sintió tan ciudadana de mundo y tan poco afín con las banderas y otras señas de identidad, cosa que hacía y continúa haciéndola sentir muy libre pese a las circunstancias que a veces nos coactan. Embobadas miraban a la gente, mucha de ella venida de lugares lejanos, algunos solamente de la vuelta de la esquina, otros, del barco italiano. Se dejaron llevar en última instancia, por aquella estela materializada en uniformes blancos con gorras de plato que procedente de un buque anclado en el puerto, entraban en el Casino Militar y los siguieron cual ratas de cuento hacia el interior, a una de las plantas donde como por arte de magia, se ubicaba una discoteca. Era un espacio distorsionado: una disposición de focos multicolores sobre las paredes de una casa regia, de las originales del plan Cerdà. La escalera de carácter señorial para acceder a la planta principal era una auténtica maravilla arquitectónica, aunque en aquel entonces uno no disfrutaba de aquellos pormenores. En aquellos momentos eran las hormonas imposibilitaban recaer en la belleza arquitectónica de la ciudad, y bueno, aquellos marineros atrajeron como chocolatinas a golosas. Ya ubicadas en el baile, no faltaron moscardones que las rondasen toda la tarde, la mayoría de belleza poco asociada con el insecto al que imitaban. Dada la gran amplitud de escaparate desplegada pudieron elegir a los mejores, bellos entre guapos, que además vinieran con la copa en la mano ya pagada. Como suele pasar en estos casos, toda la reunión se decantó bajo un mismo objetivo, mujeres versus hombres, y claro, este tema parece ser o por lo menos a mí me lo parece, esto siempre lo llevaron mejor los del género masculino. Nuevamente Mezzo se convirtió en el objetivo de ambos bandos pese a ser de lo más genérico. Aquel día lucía una falda de tubo blanca con un jersey de tirantes del mismo color que lucía espectacular sobre su piel morena. El resto de grupo –las mujeres- ataviado de Lewis y Adidas miraban el resultado de aquella falda de confección casera. Los hombres disputaban flanquearla ofreciendo una amable invitación a la pista. Aprovecharon todas menos ella para salir a la pista. Mezzo, con su libro recién comprado en las manos, las miraba desde la barra. Entonces llegó Alex, el más bello animal creado visto hasta ese momento y Mezzo al contemplarlo, decidió que sería suyo aquella tarde. Acostumbrada a las recriminaciones de sus compañeras esa tarde decidió apagar sus orejas en la vuelta a casa. La brecha abierta entre ellas, era cada vez más grande. Y bueno, de la misma forma que Mezzo se iba separando del grupo, empezó a sentirse mejor, aunque eso de sentirse bien, no es siempre lo más adecuado.