La numerología se presenta como una de las ciencias mágicas menos conocida, seguramente, esta falta de conocimiento está directamente relacionado con el déficit que acostumbra a sufrir la sociedad en todo lo concerniente a las matemáticas. Por esta misma razón, los habitantes de Shangai deben ser auténticas eminencias y también aquellos que duermen mucho, sean de donde sean. Parece ser también que los que juegan de manera virtual acentúan de manera negativa su relación con los números.
Llegado este punto debo aclarar que los primeros videojuegos surgieron cuando yo vivía ya la adolescencia -en la prehistoria autobiográfica- y por aquel entonces, puedo asegurar que las matemáticas ya eran un hueso duro de roer para la gran mayoría de los mortales.
Posiblemente, si la asignatura se presentase de forma más práctica y amena, no sería -no hubiese sido desde el principio de los tiempos- el talón de Aquiles de un gran número de estudiantes. Resulta tan abstracta… y es ahí, en su abstracción, donde se encuentra su desinterés. A nadie se le ocurrió, a la hora de incentivar los números, aprovechar esa abstracción a favor de su interés, como se ha hecho con las palabras.
La numerología tiene su base en operaciones matemáticas básicas donde se calculan características estándares y de la misma forma que la lógica, se pueden ir dando valores y obtener resultados.
Como en otras ciencias -físicas o metafísicas- la capacidad de interpretación del individuo no solamente depende de la ilustración de éste en el tema sino de sus capacidades o facilidades intrínsecas para el tema. Si tuviese que poner un ejemplo práctico, sería sin duda el de aquellos dos hermanos en que el mayor tiene gran facilidad para las artes plásticas y el menor, que pretende imitarlo, llega a la secundaria dibujando como un chiquillo de guardería. Uno consigue licenciarse en Bellas Artes, el otro, a duras penas consigue aprobar plástica en primaria pese a su empeño por dibujar como su hermano.
Pues en esto ocurre lo mismo, hay algo por encima de lo físico que condiciona la capacidad de interpretar las cifras.
La maga del quinto tiene una peculiar manera de relacionar lo números y no suele fallarle, aunque ella, autoconsiderada como el anticristo de las magas, intenta restar importancia a todas las señales que la vida pone ante ella aunque a veces de manera reiterada pasan ante ella.
Baja a la calle y ve una secuencia que interpreta como algo peligroso e intenta no pensar en lo que acaba de pasar por su cabeza. Sigue caminando y al llegar al primer cruce, nuevamente ante ella la misma secuencia, empieza a cantar -tararea la BSO de Juego de Tronos, que empieza ya- quiere distraer esos pensamientos y lo consigue. El objetivo borrador parece asumido cuando de repente, en el siguiente cruce, otra vez cruza ante ella la misma secuencia. Sigue tarareando…
Hace días que notó su lejanía. Ella aprovecha cualquier motivo, siempre que puede de manera elegante, poner espacio entre ellos, aunque es tarea ardua, le cuesta tanto… Pero tiene claro que todo debe continuar en el mismo lugar y evita cualquier señal. La maga mayor, la del Baix Camp, ya le ha dicho en más de una ocasión que aquello que se ve no es lo que realmente ocurre, pero ella no quiere ni escucharla…
La lejanía interpuesta tuvo una distancia como respuesta, una de esas reacciones que duelen más al verdugo que a la víctima, ambos, si victimas de algo que está por encima de lo visible y lo invisible, algo más sublime que cualquiera de las emociones sublimes que se conocen y reconocen.
Y ahí, en esa lucha sin más salida que el sufrimiento mutuo, continúa la maga del quinto y el brujo de la noche, una intentando pisar continuamente en la tierra y el otro, en vivir en la luz del día, con la esperanza de mantener la pureza, sin hablar, explotando, para justamente conseguir el objetivo contrario, que la emoción permanezca indeleble en la distancia, en el tiempo.