Me gustaría poder decirle muchas cosas que nunca le diré. Nunca es una palabra importante, tanto o más que todo aquello que quedará silenciado entre él y yo.
¿Cómo hablar de ingratitud un ingrato? ¿Cómo ser buena madre la que fue la peor de las hijas? Tardé tiempo en darme cuenta, décadas enteras, creo. Con sus respuestas, con sus afirmaciones, esas que hace tiempo fueron mías, con el dolor provocado por éstas, fue ahí, en esos efectos desgarradores donde fui consciente del daño que causé con mis palabras a aquellos que un día me dieron el ser. Con él sufrí en piel propia lo que ellos un día padecieron.
Con su irreverencia reviví el dolor generado.
Cada vez que reniega de la vida, se hace alusión a su brevedad con alegría, me parte el alma, me corta la vida.
Y no tengo otra que callar y esperar que pase ese periodo irreverente, en el que a ratos sufre él o sufro yo, o los dos. Y puedo aprovechar mis silencios para arrojar lágrimas de impotencia que me obnubilan, que ahogan mi entendimiento, que en cierto modo narcotizan esa amarga espera, como aquel veneno que un día si y ahora él, y que seguramente en el tiempo también desaparecerá, como pasa con todo, con todos, un día algo es lo más importante y al rato, baladí.
Aunque no es su caso, no lo es él. Él es lo más importante. Ahí la razón de que el dolor sea tan importante, tan grande.
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Salu2