No recuerdo cuando empecé a escribir aunque si que recuerdo perfectamente cuando comencé a hacerlo como algo voluntario -aclaro que cuando digo voluntario es para separarlo de cualquier tarea o concurso relacionadas con el ámbito escolar, de hecho fue justo al abandonar mis estudios, allá por los ochentaí, cuando empezó mi pasión por la lectura y la escritura. Mi primera novela leída de forma voluntaria fue “Ultimas tardes con Teresa” de Joan Marsé y entre mis primeros manuscritos de la época destacan los primeros versos de “Veinticinco años”.
En ese tiempo al igual que ahora, realizaba un trabajo que contribuía positivamente a mi progresión económica pero que en ningún momento fue lo que había pensado nunca.para ganarme la vida.
Lejos de intentar hacer una carrera fulminante dentro del ramo, luché por poco más que mantenerme en activo con honor, me enganché a las nuevas tecnologías como un chaval de estos que suben de un tiempo a esta parte, incluyendo el ocio dos punto cero aunque no en toda su dimensión.
Como iba explicando, mi tarea profesional, lejos de colmar mis expectativas, no fue más que un vehículo de sustento y a pesar de la desconsideración hacia ella, abonada en gran parte por estigmas socioculturales, descubrí que este mundo aportaba muchos factores positivos a mi austera existencia, y es que, el trato diario con la gente me ha enseñado mucho, me ha aportado una visión mucho más amplia de la vida y aunque lejos de abandonar mis antiguos, llamemosle prejuicios – y lo digo así porque para bien o para mal son parte importante de mi-.
Volviendo a la contribución del trabajo en mi vida, diré que su simpleza me invitó a dedicarme, a modo de lapsus tempora, en -algunos dicen que malbaratar, otros sin embargo halagan mi capacidad- a crear historias fijándome en las personas que me rodeaban. Uno de los lugares donde mi creatividad asumía cotas más elevadas era en los transportes públicos, el metro y el autobús se convirtieron durante mucho tiempo en una escena que rebosaba de razones para escribir: Las personas, sus gestos, su forma de vestir, lo que hacían…todo ello podía convertirse en la semilla de alguno de mis relatos.
Por otro lado estaba todo aquello que no me gustaba y que no podía permitirme ni de hecho tampoco tenía intención de borrar de mi vida, el hecho de explicarle al papel no que no le decía a alguien, bien por timidez, por miedo o por prudencia -bueno, de ésto último bien poco- auspiciaba un gran desahogo para mi persona, toda una sana terapia de desintoxicación ante lo que por aquel entonces me parecía injusto. Ahora, a todo le aplico la teoría de la relatividad, la verdad es que Einstein nos lo puso fácil a todos, aunque algunos sigan pensando que es complicado.
Lo complicado verdaderamente empieza cuando toda esa relatividad empieza a manifestarse de otra forma: Lo que un día comenzó como algo íntimo y personal, privado, en algún momento, debido a los factores que han ido alterando mi trayectoria como los de cualquier otra persona, sin nada extraordinario de lo cual hacer mención, la cosa se deforma o se transforma, en algo más mediático -por expresarlo con palabras de moda- y entonces la creación se como que, se contamina, y hay que recuperar el norte, o el origen o a uno mismo, aunque sin obviar que uno ya no es aquel de hace no sé cuantos siglos, pero que continúa siendo aquel que observa, escucha, aprende, y que claro, le cuesta digerir ese momento y un miedo atroz a romperse se apodera de él. Uno empieza a entender que el fenómeno de los muñecos rotos no solamente se encuentra entre personas con déficit de formación o carentes de sentido común. La pérdida del anonimato puede afectar a cualquiera.
Aun cuando en agradecimiento constante con la vida y todo lo que ésta a puesto a sus pies, en un alarde de humor a la desesperada, con la soltura que dan ya unos años en este mundo, se reclama: “Diossss, ¿pero que he hecho yo para merecer ésto?
En fin con todo esto no vengo más que a intentar expresar mi agradecimiento infinito a todos los leen mi blog, mis libros y mis twits; a los que me saludan por la calle por ello, a los asombrados y a los no tanto; a los que por la misma razón me evitan, unos por temor a que inspire en ellos y otros porque desprecian lo que hago, a todas esas lunas y esos amaneceres que me ayudan a seguir avanzando, y mis silencios y huidas de la realidad, principales responsables de que todo ello sea posible.
Un abrazo
Lamari Poval