Aunque en este mundo nada parece lógico, era de suponer que si el sabio refranero no se equivoca y un asunto siempre llama a otro similar, las horas siguientes rezumarían de una magia más allá de lo que cualquier ilusionista al uso puede sacar de su chistera.
Ya bien entrada la noche, de sueño inquieto por cierto, llegó un momento en que Morfeo me abrazó teniendo un corto idilio y a la vez intenso con mi cuerpo.
Allí estaba él, junto a su esposa, próximo, como de foto de novios, arropándola con un sutil abrazo desde los hombros. Ella, sonriente y ajena a todo, sin percatarse del ángel de lujo que había cerrado alas en torno a ella. Llamaron mi atención el color de oro de sus cabellos -él, siempre tan austero- acompañando a dúo las alegrías de aquella que durante muchos años – una vida- fue su compañera.
Me miraba con su mirada transparente, cómplice me sonreía, y yo devolvía la sonrisa.
De pronto me abandonó mi amante y quedé sumida en el desespero, una pregunta a modo de golpe mortal certero sacudió mi cuerpo -¿A quien vienes a buscar? ¿A quien vienes a llevarte más allá del hielo?
Me asusté y ya no pude rozar más el sueño. Tal cual beata pero sin velo, me puse a rezar de manera mecánica, por todos y por nadie al mismo tiempo.
En la mañana ya tarde, continuaba mi recelo. Lo dejé correr, no quería hacer caso, barruntaba que el día no sería bueno.
A la hora de la comida, dos veces sonó el teléfono. Extraña llamada, nada se escuchaba al otro lado y tampoco quedaban pistas, no se registraba el número. Extraño, pero no por ello incierto.
En la tarde llamé para interesarme por la salud de un enfermo -muy querido por cierto- cual no fue mi conmoción al enterarme de que ese mismo día, al mediodía, había muerto.
Ella era su hermana querida, la del ángel de mi sueño.
Y ahora me pregunto, para dar una sonrisa entre la pena, si al llegar ahí arriba le preguntará dónde dejó el santo, aquel que cada verano, por estas fechas, al llegar a visitarla, le decía para oír su requiebro,” Pero todavía está aquí esto?” a lo que ella respondía, equivocada sin saberlo; “¡Ai! Hermano querido, que no vas a ir al cielo”
duro, triste, intenso, realidad casi de todos los días….