Si es cierto aquello que dicen que todo aquello que no mata te hace más fuerte, de continuar la vida como va, en breve me convertiré en la Sansona de los cinco vientos, por lo menos. Llega un momento en que a uno le invade tal duda que debe plantearse, o más que eso, exigirse sin contemplaciones, tomar aire y seguir adelante con la lucha del día a día, sin entretenerse, porque cualquier segundo, como los del anuncio de tráfico, puede ser fundamental para seguir viviendo. Ante la adversidad, uno puede reflexionar, decidir, buscar culpables… pérdidas de tiempo sin más resultado que autoextresarse, hacerse mala sangre, sentirse mal por entender una culpa ajena que aunque cierta, no nos va a traer nada más que aumentar nuestro sentimiento de desgracia, de habernos convertido en el imán mayor de todos los gafes, como bien lo retrataba con juego de palabras hace años el maestro Arus. ¡Qué mala suerte!, decía remarcando esa erre.
Cuando el tema de la suerte sobrepasa los límites –seguro que todos saben a qué me refiero- la cosa se complica, empiezan a entrar en juego fuerzas no tan visibles y uno ya no piensa en loterías sino en la fatalidad misma. No podemos dejar que se instale, hay que lanzarla por la izquierda –por el ángulo muerto- y soplar tres veces, que se vaya con viento fresco. No podemos entrar en lamentaciones, sino lanzarnos a la búsqueda de soluciones, hacia delante. El camino hecho nadie lo vuelve a pisar.
Si uno es de los que creen –en lo que sea- no debe dejarse vencer por el sentimiento justiciero que alberga la venganza, en esos momentos uno puede recordar a Einstein –científico y válido para cualquier forma de vida inteligente y aplicarlo a su caso particular. Aquello de “La energía no se crea ni se destruye, es mano de santo –contribuye de manera muy positiva en nuestra futura recuperación. ¿He dicho futura? Claro, ¿Cuántas cosas buenas y que duren conoce uno que sean instantáneas? -alguno seguro se iba ya a lanzar a la piscina, pero cuidado que deben cumplirse las dos premisas.
Y muchos se preguntaran que viene todo este sin sentido. Pues se los aclaro. No es más que el resultado de un peregrinaje involuntario –Noooo, no soy la Merkel- por la península y sus sanatorios, por un ir y venir entre infierno y purgatorio –un purgatorio plácido, por cierto- y una subida al cielo con equipaje –el mismísimo infierno infiltrado en mi dotación, como si alguien lo hubiese invitado, o quizá sea que uno se metió al infierno en la bolsa y no se dio cuenta, que sé yo…
Las esperas son muy malas, el desconocimiento peor, el sentirse agredido y traicionado, no hay Mastercard via averno que lo pague. Se los digo yo. Y bueno, las justicias divinas… mejor no llamarlas…