Aquella ciudad pequeña, casi pueblo,había puesto a la maga ante la cuerdas.
Lo que al principio pareció ser un puerto escondido había terminado por convertirse en una ciudad cualquiera, donde la maga, llamárase como llamárase, había dejado de ser alguien invisible o cuanto menos desconocido para el resto de sus vecinos.
Aquel anonimato que vino a buscar y que en su día abasteció sus necesidades, había sido vulnerado en un día a día que pasaba como a cámara lenta, donde la sensación de impotencia se alargaba.
Ella no quería ser nadie. Como mucho, decidió un día, ser la esposa de o la madre de tal. Pero lo cierto era que eso era algo parecido a querer cercar el campo. Lo cierto es que ni ella misma entendía porqué volvía a tener identidad propia, o, hablemos con propiedad sin reiterar en balde, había recuperado su identidad, aunque muy a su pesar seguramente,el destino había querido que de nuevo brotara, saliera a relucir, gozara de esa luz que tanto necesitó siempre y que por alguna razón intentó disipar con el resto de necesidades en busca de una paz difícil de entender. Una paz muy parecida a aquella que es otorgada por la muerte.