Son muchos los conocidos que muy lejos de disfrutar el espíritu navideño, desean despertarse y dejar todo lo referente al tema completamente como si de un mal sueño se tratase.

Por un lado está ese consumismo desaforado, repleto de compras superfluas, incluso extravagantes, diría yo. ¿Quien no se ha comprado uno de esos vestidos imposibles, llenos de lentejuelas plateadas y tan cortos que muestran hasta el tipo de depilación que la víctima usa en sus ingles, junto con unos de esos zapatos altísimos, que requieren una escalera de madera del Ikea para subirse a ellos?

Por otro lado estén esas comidas familiares de naturaleza copiosa, donde a los gramitos que se van acumulando, pueden añadirse otros daños colaterales como las encefalopatías galopantes fruto del excesivo consumo de alcohol y dulces o un ataque de gota de tanto bicho.

Aunque si algo es verdaderamente peligroso, y suele acabar convirtiéndose en un auténtico martirio, es la elección de los comensales próximos y su ideología política. Si uno no consigue evitarlo -ya sea por educación o porque la mesa no es lo suficientemente larga, hay que tener mucho cuidado con lo que se habla porque cualquier tema baladí puede acabar siendo una cuestión de estado -bueno, de estado… es difícil-

Actualmente, seamos patriotas del centralismo o del independentismo, resultamos ser una sociedad totalmente ingobernable, ¡Ja, ja, ja!