Dice la canción que algo se muere en el alma cuando un amigo se va pero no he encontrado nada, excepto el tiempo, que desdiga ese alma de la muerte.
Nunca falta en las despedidas, al igual que en otros acontecimientos de la ida, seres reales de ideologías más o menos fantásticas que creen tener las fórmulas para desvanecer el dolor,como si se tratase de una mancha a borrar con un potente detergente.
Y ese detergente es inexistente, no es más que una efímera ilusión por deshacerse de esa ingratitud que la vida nos aporta. ¿Debemos entonces pensar que la vida es ingrata?
La vida es la y lo que es. Un espacio de paso materializado en un dimensión común en un momento determinado y parte de ella es aceptar que de la misma forma que nos da un día nos quita. Nada más. Ni nosotros mismos somos imprescindibles, solamente somos entes de paso por un ciclo determinado, ese en el que normalmente coincidimos y en la gran mayoría de las veces, malbaratamos con nuestros extravagantes sueños donde reina la estupidez.
Acabaré con un brindis, un brindis por esos abrazos que hacen aflorar a través de lágrimas ahogadas, esos sentimientos que escondemos dentro, muy adentro.