Hacía ya veintiún años y justo hoy la sortija estaba de manera accidental en la mano izquierda de la maga. Hacía unos días, cuando saltó a la luz la historia de aquel niño de Gerona que dormía en su cuna el sueño eterno, convertido en un Rocamadur del siglo veintiuno, me hizo entender que la locura de la maga no ea más que una de las imágenes de la ceguera de cualquier padre ante los defectos, enfermedades o como quiera decírsele, a todo aquello que no se quiere ver en los hijos.
Ese anillo en la mano izquierda no me daba confianza. Al igual de la vela Capricorrnio, negra y olorosa del día anterior, que durante días agonizó hasta su cruenta expresión, daba respuestas precisas a preguntas totalmente diáfanas.
Cada noche pido la extremaunción in extremis al ser superior, no miro en ningún momento si se me concederá desde arriba o desde abajo y lo cierto es que me importa un puto carajo. Lo hago por eso. Mi anciana madre es el único referente que me frena en el intento, en ese conato de huida a ningún lugar su dolor es mi único freno, todo lo demás es prescindible para mi, lo mismo que mi vida.
En realidad da igual vivir en la vieja Europa o en un punto neurálgico del cartel peligroso, nada es seguro. Ya lo dice mi madre: “Donde está el cuerpo, está el peligro”, y es así, no hay más razón ni más motivo para morir que estar vivo.