Hubo un tiempo en los que mentar el sábado era pensar en fiesta, en casino, en fiebre nocturna antes de que anocheciera. Seguro en esos tiempos en los que el enemigo todavía venía de fuera empezó a forjarse el daño continuo a la persona. Eran momentos en los que la immortalidad presidía el día a día y donde los sueños eran algo más que un deseo de alcanzar algo que no se poseía. En esos momentos uno no era consciente de que cualquier sueño de grandeza era en vano. Es un absurdo pensar que uno no posee nada porque no tiene dinero en el bolsillo. El simple hecho -o no tan simple- de tener salud, juventud ya le hacen a uno rico y no por estos factores en particular sino por el hecho general, es el momento que se tienen sueños, que se generan proyectors, que se espera un futuro.
Pasado el tiempo, los sueños de antaño se convierten en recuerdos y las agresiones y agravios quedan convertidos en una eterna pesadilla.