Hace tiempo que no veo muertos por las calles. Por extraño que parezca hace días que sólo los veo sus nombres en el obituario, pero los que leo en las necrológicas no están en la calle, a esos puedo verlos en el tanatorio. Los de la calle están paseando. Ya hace mucho que sus nombres están grabados en el blanco marmol del campo santo.
Después de un mes en el que me encontré con tres auténticos payos voladores -uno era paya, por cierto- en inconcluso vuelo fallido sobre el asfalto, todo ha quedado en una extraña tranquilidad.
Las calles están llenas de mortales, muchos de ellos ataviados de forma extraña, el cementerio ha retomado su tránsito habitual -los diez cincuentañeros que cambiaron de bando durante los excesos navideños ya solamente forman parte del recuerdo de sus familias y algunos de una servidora- es raro, pero mis sueños han desaparecido, a lo mejor, he cruzado la línea y todavía no me he enterado…