Con el tiempo uno se va haciendo más consciente del riesgo que tiene la vida en sí. Uno va perdiendo el miedo a perderla en el camino, entiende que para eso estamos, pero no acepta marchar dejando aquí a aquellos que llegaron antes, sobre todo si le importan.
Con el tiempo, uno reclama la muerte tras un batacazo tras otro del destino y frena en su intento, unas veces por cobarde, otras por amor a su madre. Cuando la desesperación se hace dueña del momento, no hay más que eso que lo frene en el intento de acabar con todo para siempre.
Con el tiempo, el hastío llega a ser tan intenso que consigue apoderarse de los cuerpos, aturdiendo esos momentos, paralizando la voluntad de aquel que es víctima del desespero, de aquel que muere porque ya no puede o porque no muere.