Una noche de lluvia tal día como hoy, doce de febrero, hace ya unos años, bajaba de Valvidriera por la carretera de l’Arrabassada tras cenar con unos amigos.
Era el cumpleaños de Marina y decidió invitarnos a cenar en casa de Oscar, nuestro mejor amigo. Cenar allí era lo más cómodo, ya que él se encontraba en silla de ruedas y ninguno de nosotros teníamos el coche adaptado. Como a mitad de la cena, empezó a tronar bien feo. Unos relámpagos sobreiluminaban las estancia. Nos asomamos a la celosía que separaba el salón del jardín, desde allí se divisaba toda la Ciudad Condal.
Ya conduciendo de vuelta a casa, una lluvia torrencial nos sorprendió en plena carretera. Los limpiaparabrisas no daban lugar a despejar el agua de los cristales y de repente frené pues me pareció que alguien iba a atravesar la carretera. De repente, escuché un toc-toc en la ventanilla del lado derecho. La bajé y vi a una chica jovencita que me pedía entrar en el coche, que iba a Barcelona.
La vi tan jovencita, apenas una niña, que le abrí la puerta. Empezamos a hablar de forma distendida pese al riesgo de una conducción en un momento así. Me dijo que se llamaba Eulàlia y que vivía en Sarriá.
Al llegar a una de las curvas más peligrosas, un rayo iluminó de nuevo la carretera, casi nos salimos y caemos por el precipicio. Ella me dijo: “Aquí me maté yo”.
Paré en seco y giré la cabeza. Eulàlia ya no estaba.
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