La soberbia dosificada es la mejor ayuda para no acabar en nada. Casi afirmaría que la ausencia de ella despoja al género humano de valor, de fuerza de reivindicación de uno mismo ante la vida. No puede ser que un ser superior de forma infinitamente cuantitativa, penalice tal cualidad como perversa y desaprensiva –como tal repito, que es su exceso el que maléfica ese orgullo personal, repentino y que casi como amarse a uno mismo veo- como argumento de seres reprobables, manipuladores de la raza humana, que ven en la realización de la misma, un escollo puntiagudo en la materialización de la esclavitud del género, débil y desvalido, apto y perfecto para hacer del mundo su cortijo y de los hombres, criaturas sin valor, moldeables, peones perfectos para materializar su fechorías.
Tal vez no sea correcto creerse mejor que los demás pero hacerse de menos a uno mismo, es todavía peor.
Quererse a si mismo es importante
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